Hoy se me ha ocurrido que si el curso que viene tengo tiempo libre sería divertido matricularme en Humanidades. No sé qué he podido encontrale de divertido. Quizás lo haga. Bueno, mejor no. Lo pensaré.
Para hacerlo más divertido, se me ocurre rodearme de inconvenientes. No escribiré más que cosas contraproducentes, trataré de ponerme en evidencia en cada palabra. Le cambiaré el título, se llamará "El Resquemo del Emo Memo", todos sus versos serán sueltos y cuchillos abriendo mis carnes en surcos resecos. En todos mis actos habrá una innegable determinación por contrariarme, y por si acaso lo consigo fácilmente, lucharé al mismo tiempo esforzándome por hacerlo mal, para que mis planes fracasen uno tras otro y perderme en cualquier lugar al que pueda identificar como ningún lugar. Diré NO. Después diré NO NO, para llevar la contraria, y a continuación tendré que decir incluso algo más negativo, pero al mismo tiempo fracasando en mi negatividad, con estrépito y vergüenza, pero mostrando un orgullito patético y enfermizo que deje mi lengua llena de ampollas de tanto teclear palabras equivocadas pseudoinconscientemente que se me habían pegado por los brazos y las piernas obligándome a rascarme como si tuviera sarna hasta que las uñas se me vuelvan negras y malolientes y se caigan sobre el vaso de agua sucia que no tardaré en beber para que mis podridas uñas bajen esófago abajo y más abajo y se me claven... ...bueno, ya se me olvidó lo que iba a decir.
Era tarde cuando intenté explicar a mi madre lo que era eso de un USB que me acababa de comprar. Digo que era tarde en cualquiera de los sentidos, pues era bien entrada la noche, y además me temo que a mi madre se le ha pasado la oportunidad de llegar a comprender de veras los entresijos de cualquier nuevo aparato tecnológico. De todos modos, hice lo que pude para explicarle el servicio que ese USB me iba a aportar. Lástima que fuese tan tarde, como ya he dicho, pues mi madre, poseída por el sueño y la inopia en la que mis palabras la envolvían, se quedó completamente dormida a pesar de estar de pie. Sin que yo apenas tuviese tiempo para reaccionar, mi madre cayó sentada de pronto sobre la silla del escritorio, y dado que ésta está provista de ruedillas giratorias, salió disparada debido a la inercia del golpe, y terminó rodando hacia las escaleras que dan al sótano, por las que se precipitó inevitablemente. Esta caída no tuvo consecuencias mayores que alguna pequeña herida en la rodilla de mi madre y algún reparable desperfecto en la silla. Sin embargo, mi madre insiste en que en su caída se produjo un golpe en la cabeza que ha dañado su memoria y que no le permite recordar para qué sirve el USB. Yo creo que en realidad no había entendido nada.
Todo lo relacionado con mi puesto de trabajo es tan surrealista que un día aparecerá por allí un mono equilibrista y un enano hablando al revés y no me parecerá nada extraordinario. Escribir sobre el lugar donde trabajo es complicado, merecería un blog aparte. Se aleja demasiado del mundo real, y cada vez que cuento episodios de las cosas que allí suceden, la gente me mira con incredulidad, creen que exagero o que les tomo el pelo. Al principio me limitaba a ser espectador de las disparatadas actitudes de los personajes que por allí pululan, sin respirar en demasía el peculiar ambiente, riéndome de todos los disparates y sinsentidos que se encadenan como en una screwball caótica y deshilvanada. Pero demonios, ya me ha llegado el turno de ser actor principal y de verme enredado en situaciones rocambolescas, estupidas, ilógicas. Y la cosa promete, o más bien amenaza. Pues nada, habrá que jugar. Al ataque.
Ya sé que no es propio de mí hacer reproches, pero... ¿dónde carajo has estado? ¿Qué has estado haciendo además de caminar de puntillas, mirar de reojo y pasar desapercibida? Qué pena. Qué vergüenza. Me pondrás excusas, hablarás de mentes vacías, de energías no renovables, me contarás el chiste de la vaca o me cantarás una canción de los Beatles. Dirás que todo es trivial, que tienes pequeños ataques al corazón, que te has cansado de una pequeña esclavitud a la que yo te había encadenado (eso lo asumo, mi culpa). Dirás todas esas cosas para justificar tus ausencias, pero sabemos que todo eso no te sirve para ocultar tu gran traición. Me has fallado, y eso no podrás rebatirlo. Traicionera perezosa cínica falsa y acomodada, no esperaba eso de ti. O quizás sí, porque a estas alturas nos conocemos, y hace ya tiempo aprendí que eres voluble y cíclica como las estaciones de los años. A veces, tras tus largas partidas, oigo tus pasos perdidos, vacilando en buscarme. Crees que no te oigo, pero yo siempre estoy alerta, despierto a tus idas y venidas, dispuesto a asaltar la más pequeña oportunidad que me traigas en bandeja. Pero no es suficiente. Nunca lo ha sido. Yo también soy difícil, lo exprimo todo, lo quiero todo, nunca estaré complacido. Pero tú eres cobarde. Y te vas. Y no vuelves. Quieres volver, pero no. Vuelves, pero no te quedas. Luego te quedas, y no sé, yo lo echaré todo por la borda de nuevo, malgastando todos los trucos, frivolizando y sublimando cualquier chispa casual que haya brotado entre tú y yo. Cubro la casa y unto mi cuerpo de trampas y cepos para apresarte, dejo pemas de Bukowski en el lavabo, trato de usar reclamos con palabras esdrújulas que te hipnoticen, cuelgo en el perchero cuentos de Borges para que vuelvas, me zambullo en meses pasados para recordar nuestros devaneos, sacudo mi cabeza contra Walt Whitman para explicármelo... Pero tú... ¿Duermes? ¿Mueres? ¿No funcionas? ¿No me quieres?
