Saturday, January 31, 2009

Requiem en cuatro actos

Me gustan las películas de Spike Lee porque son rabiosas, pero al mismo tiempo reflexivas. Se nota que le duele lo que cuenta, y por eso todas sus imágenes están llenas de realidad, no importa lo coloridas que estén. Los conflictos que describe son descorazonadores, irresolubles, sus personajes están condenados a su propia miseria... por cierto, sus películas son comedias. Creo que me quedaría con "Haz lo que debas", pero también me encantan "Fiebre Salvaje", "Crooklyn", "Mo' Better Blues", "Get on the Bus", "La última noche" y "Summer of Sam".
Pero lo que vi el otro día sobrepasa todo esto. 255 minutos en vilo, en estado de shock, de rabia, de llanto... "When the Levees Broke..." (o sea, cuando rompieron los diques) es la detallada historia de lo sucedido en Nueva Orleans en 2005 al paso del Katrina. Spike Lee deja hablar a los supervivientes, a los políticos de la ciudad, a los periodistas, y el testimonio de todo lo sucedido convierte un reportaje en la película de terror más espeluznante de todos los tiempos. No contaré nada de toda la tragedia que se cuenta, ni de la odisea de miles de personas que a día de hoy siguen sin hogar, o alejadas de sus familias debido a la auténtica desvergüenza de los poderosos. El auténtico pavor que esta película me provoca es el de pensar, "bueno... ¿en manos de quién estamos?"

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Monday, January 26, 2009

Las Dos Rosas

En 1977, Burt Lancaster y Michael York rodaron la película "La isla del Doctor Moreau". Me pregunto qué tal se habrán llevado y si algún día habrán visto juntos esta peli:

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Sunday, January 18, 2009

Leche derramada

Todo empezó porque no me di cuenta de que aquel cartón de leche tenía un aspecto extraño. Estaba hinchado, como si estuviera a punto de explotar. Pero me pasó desapercibido dentro de aquella caja junto con el resto de cartones de leche, por eso fue a parar en el maletero del coche. Y claro, el cartón de leche que parecía a punto de explotar, efectivamente explotó. La leche estaba mala, y el olor se esparció por todo el coche. Es un infierno entrar en él. Huele a podrido, a vómitos de vaca, a infección, a gas venenoso. He sacado toda la leche, he utilizado productos de limpieza, he puesto un ambientador, pero ese olor sigue allí.
Lo extraño es que a nadie más le huele. Cuando les pido disculpas a otras personas que se suben a mi coche por el inefable aroma, todos replican que ellos no perciben ningún olor anormal. Pero aquello es una peste. Abro la puerta delantera y ese olor me golpea las fosas nasales, me deja aturdido durante unos minutos, y muy mareado mientras conduzco. Me entra la tos, me asfixio. Nadie lo comprende. Dicen que allí no huele a nada. Pero sí. Y eso no es todo. Ese olor se ha adueñado no sólo del coche. Ha ido a parar también al frigorífico de casa. Es imposible abrir la puerta y no verse sorprendido por un lamentable hedor a leche cortada. A veces sale del armario ropero, viene desde la ventana del vecino, se propaga desde los tubos de escape de todos los coches de la ciudad, y finalmente toda la ciudad dispara ese olor a leche derramada que tan a punto está de hacerme llorar, pero no lo hago, porque como saben, eso es algo por lo que no vale la pena hacerlo.

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Saturday, January 10, 2009

Yo hice a Roque III

El otro día vi una película que se llama "Yo hice a Roque III". Podría ponerme original, hacerme el interesante y decir que es una obra maestra y de repente ponerme a reivindicar al Ozores y al Esteso y al Pajares. Pero no, la verdad es que la peli no es que sea una obra maestra, precisamente. Bueno, que es una mierda, y punto. Lo peor no es que la haya visto de principio a fin y que ahora recuerde cada uno de sus chistes horrendos. Lo peor es que se lo vaya contando a todo el mundo. ¿Saben qué? ¡El otro día vi "Yo hice a Roque III", de Esteso y Pajares! ¡Menuda mierda! Y de ello me voy jactando por ahí, y se lo cuento a mis amigos cinéfilos, y a mis amigas pijas, y a mis padres, y lo escribo en el blog, y presumo de haber visto una película que es una mierda. Pero lo peor, lo peor de todo, es la maldita excusa que doy cuando me preguntan por qué demonios, por qué clase de tendencia masoquista hago esas cosas, qué castigo me he autoimpuesto para tener que ver películas de esa calaña.
- Es que hay que ver películas malas de vez en cuando. Lo malo me ayuda a valorar lo bueno.
Eso respondo, y me quedo tan sereno y satisfecho con mi engolada respuesta que en el fondo estoy deseando ponerme a ver cualquier otra miseria cinematográfica, tragarme un nuevo truño, sin duda no para que me ayude a apreciar las buenas películas, sino para dar una pepedante respuesta como excusa.

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Wednesday, January 07, 2009

Los cuervos suicidas de Utah

Se apartarán, uno piensa, en cuanto me aproxime un poco más saldrán volando, pero uno se aproxima y se aproxima, casi suelta el pie del acelerador, piensa incluso en pisar un poco el freno o hacer sonar el claxon, porque esos estúpidos animales no se apartan, pero entonces ya es demasiado tarde, y lo único que se puede hacer es ver por el retrovisor sus cuerpos espachurrados en el asfalto de la autopista a la salida de Salt Lake City, mientras algunas plumas negras conmemoran con su lenta caída el fenomenal atropello.
Acaso no se hayan dado cuenta, quizás los cuervos de Utah sean sordos, lentos... Pero no, pues un kilómetro más adelante volvían a estar allí, posados interesadamente a la espera de los expeditivos neumáticos que, una vez más, los fundían con la pista. Y así a cada kilómetro, los cuervos de Utah repetían y repetían sus tendencias autodestructivas, aguardando con fervor su aniquilamiento, absolutos devotos de sus cuerpos machacados y sus plumas esparcidas, adictos y fieles al placer de la insensata exposición de sus existencias, como si les fuera la vida en ello.

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Friday, January 02, 2009

La maldición

Los años pasan, pero todo sigue igual. Hay cosas que no cambiarán jamás. Supongo que algunos dirán que no me esfuerzo lo suficiente, pero lo que en realidad sucede es que el sino es persistente. De qué otra manera se podría explicar si no esta maldición (les sonará gracioso, pero es una maldición, sin duda) que me ha perseguido desde que tengo uso de razón. Tantas veces me ha ocurrido que ya lo acepto con resignación, con rutina, casi casi con agrado... casi.
Es así de simple. Cada vez que me siento atraído por una mujer, acabo liado con su amiga. Adjetivemos a las mujeres para matizar; cada vez que me sientro atraído por una mujer hermosa, acabo liado con su amiga fea. Aseguro que yo me empeño en que esto no sea así, pero todos mis intentos de conquistar a la mujer que me gusta concluyen en la conquista de su amiga. Sin duda hay algo que hago mal, pero no sabría decir. Si estoy en una discoteca y me acerco a una chica guapa y empiezo a bailar con ella, no tardo en acabar no sé cómo bailando con su amiga fea. Cuando llamo por teléfono al objeto del deseo, ésta acaba por convencerme de que a su amiga le intereso más que a ella.
Pero bueno, como sé que esto es así y no hay vuelta de hoja, yo tampoco pierdo el tiempo. Es cierto que fracaso estrpitosamente en todas mis tareas seductivas, pero al menos me llevo a casa a la amiga tan poco agraciada con la cual cumplo meritoriamente y con creces, y lo cierto es que hasta lo disfruto tanto como ella. Todo consiste en un acto de concentración, de modelación de la mente y de carburación de los flujos libidinosos con los gases de la memoria, y de este modo logro ver en los toscos rasgos de mi acompañante los fascinantes atributos de su amiga. Tanto he perfeccionado este método de traslación de la mente, que entrecerrando los ojos incluso logro hacer comparecer el cuerpo de todo tipo de top-models y actrices sensuales.
El sábado ocurría según lo previsto. Mi aproximación a una exuberante muchacha concluyó, como no podía ser de otra manera, conmigo y su rústica amiga en la cama. Sin embargo, esta vez mi plan de evasión mental no dio resultado. Por mucho que me esforcé en convertir a la pedestre muchacha en una venus, mi concentración se vio afligida por algo inesperado. Y es que mientras mi acompañante disfrutaba (cómo no) de la noche de su vida, gritaba y de placer invocaba al altísimo, me di cuenta de que además de poco agraciada, la muchacha sufría una anomalía en la dicción, una especie de trastorno en el habla que me hacía del todo imposible concentrarme. Traté de terminar el acto cómo pude, mientras ella, entusiasmada, con cara de rigurosa concentración, con ojos entrecerrados, aullaba impidiéndome otra cosa que no fuera escuchar sus gritos, su delirios incomprensibles, hasta el punto que daría la impresión de que en lugar de "¡DIOS! ¡DIOS!", gritaba "GEORGE! GEORGE!"

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