Thursday, September 24, 2009

El día que no vimos a Brad Pitt

El tarro de lentejas lleva en el congelador más de cuatro meses. No soy muy lentejero. Se las he ofrecido a todo el mundo, pero por razones que no comprendo, todos las rechazan y ya no sé qué hacer con ellas. Mi madre sugiere que las descongele y las tire por el retrete, pero es que mi madre no conoce la historia de la lagartija que vivía en las alcantarillas y que un día comenzó a comer las lentejas que un incauto tiró por el retrete y se convirtió en un dinosaurio gigantesco que casi destrozó el planeta.
Pero un día vi esta foto.
Ella, tan delgada, y con tantas bocas que mantener... Y a continuación me entero de que él vendrá al festival de cine de Donosti. Eran los candidatos ideales para recibir las lentejas. Así, monté en el coche y conduje las seis horas que separaban Ferrol de Donosti con el noble propósito de entregarles el tarro de lentejas congeladas.
Frente el hotel no había más que paraguas abiertos de adolescentes alocadas que esperaban en estado de ansiedad como si también tuviesen la imperiosa necesidad de entregarle lentejas a su héroe. Mientras yo intentaba hacerme un hueco entre tanta cría me preguntaba si no sería exagerada la cantidad de lentejas que esa familia iba a tener si todos lográbamos darle nuestra comida.
Algunos gritaban "Braaaaaaaaaaaaaad", otros lanzábamos los ojos hacia las puertas y ventanas para poder captar un flash de pelo rubio que sugiriese que definitivamente aparecería. Estoy por asegurar que capté varios de esos flashes del personaje, como ocurría en "El club de la lucha", pero las certezas son escasas sobre todo en una noche lluviosa de Donosti ante tanta excitación del personal. "Braaaaaaaaaaaaaaaaad", nuevamente martilleando en mis oídos y provocándome la inquieta sensación de que me estaba equivocando de proyecto, y que Brangelina no era el candidato ideal para mantenerme esperando en aquel sitio, bajo la lluvia equivocada, así que la decisión fue ir a ver el estreno de la última película de Woody Allen.
Ese fue el día en que cambié a Brad Pitt por Woody Allen. Volvería a hacerlo mil veces más. En el fondo, ese acto resume mi vida a la perfección. Al salir del cine, la multitud de paraguas que se agolpaban frente al hotel se había ido. Hubo la tentación de acercarse hasta allí y preguntar si Brad había cenado ya (por si acaso aún quería...) o se había ido a la cama o ya estaba en un avión camino a casa que tenía que acostar a sus niños... O acaso era mejor dirigirse a ver si estaba tomándose unos pintxos en los bares de las calles de Donosti, aunque luego creí verlo tratando de echar unas monedas en el parquímetro de la zona azul, pero cuando me acerqué a él para decirle que a esas horas no necesitaba pagar por aparcar allí, me di cuenta de que no era él, aunque tampoco ahora estoy en disposición de asegurar que no lo fuera... Le ofrecí a aquel hombre las lentejas, y no las aceptó.
La moraleja de todo esto es, sin duda, que mientras tengamos lentejas en el congelador, habrá un pequeño Brad Pitt dentro de nosotros. Piensen el ello. Yo también lo haré, aunque creo que no le encontraré sentido.

Monday, September 21, 2009

Lista de los hombres más guapos

Es mi deber comunicar que por fin salió a la luz la lista de los hombres más guapos elaborada por mi abuela. Ésta es la lista:
1-YO
2- PEP GUARDIOLA
Al parecer la cosa estuvo muy apretada pero al final he conseguido la victoria. Fastídiate Pep.
Nada, me voy a celebrarlo.

Friday, September 11, 2009

Estamos perdiendo el norte.

Yo de hecho ya lo había perdido hacía tiempo, antes de las tormentas de agosto. Decidido a recuperarlo, rondé las esquinas más ajetreadas en busca de información, y los rumores me llevaron hacia una tienda donde, se decía, me podría hacer con un poco, eso sí pagando un precio elevado. Pero cuando llegué, vi que la tienda había cerrado hacía tiempo ya. En su lugar, un polvoriento edificio hacía funciones de casa del terror, con telarañas brillantes sobre las cornisas avejentadas.
Conduje unos doscientos kilómetros hacia los Grandes Magasines. Se decía que en los sótanos todavía existía un antiguo gremio de cabales que socorrían a los últimos conscientes de nuestra pérdida. Tenía una contraseña, un pasaporte falso y arrugado al que había pegado una foto vieja, de cuando llevaba patillas. Descendí por aquella escalera por la que correteaban unos cangrejos con pelos verdes en sus patas, no pudiendo evitar machacar alguno con mis zapatos. Su ruido era grimoso, y su sangre verde se pegaba al suelo, a mis suelas, y ascendía por los flecos de mi pantalón.
Supe de pronto que aquello era una trampa. Pero no pude reaccionar. Una cachiporra golpeó mi cabeza, y lo vi todo negro.
Tuve sueños extraños en los que el principio coincidía en espacio y tiempo con el final. Despertaba a ratos, y todo era mucho más irreal que el propio sueño. Hombres-cangrejo me despiojaban, me regaban con un líquido caliente desde una manguera potente, y martillos, martilleando, y clavos, clavando. Enfermera vestida con ropa transparente y tetas desubicadas, jeringuilla del tamaño de su codo, correas sujetándome brazos y piernas- aguijón en el culo, inmensa tristeza (no, tristeza no, desconsuelo) hombres-cangrejo con casco y gafas de sol se quitaron el bikini, se disponían a cortarme las uñas de los pies, "yo sólo quería comprar un poco de norte"- me dejaron solo dieciocho horas en la celda veinte minutos y seis segundos, luego prosiguieron lenguas batientes látigos ácidos coloradas y tenazas accidentadas mordían dedos de los pies, lóbulo de la oreja al rojo sangrante- "Nos limpiarás el culo a todos con la lengua" dijo la enfermera causándome la erección más dolorosa, descosidos los ojos bajo cejas frondosas y veneno escupiendo la nariz, más valía colaborar. Me detuve a respirar; el aire me esquivaba el aliento, oxígeno veloz huyendo por cañerías embarradas y rejillas agujeros negros de una feroz nada. Sangre cabalgando indomable buscando mis pupilas, inundando praderas de sementales hacinados que ven cómo se les cae el infierno encima. No aire, no boca, no muerte. Post-vida en cualquier caso, carne frágil corruptible tendencia a pudrirse entre humos trágicos y sarna, colecciones de enfermeras con lenguas de siete colas combatientes como ejércitos envenenados. Sueños de morfina, escarlatina y lepra me visitaron y me desearon buena suerte. "Yo-sólo-quería-un-poco-de-"
Cuando pude mirar hacia los lados, vi que a mi lado había diccionarios. Lotes y lotes de diccionarios a punto de caérseme encima y enterrarme. Trepé por encima de una columna de ellos, abrí una trampilla y escapé de los Grandes Magasines, llevándome conmigo un par de diccionarios de idiomas. Conduje unos trescientos kilómetros, escuchando en el silbido del viento soplos de una nueva estación para aprovisionarme. Un poco más.

Tuesday, September 08, 2009

34 y un día, naturalmente

pero claro, dónde pongo tanta piel que a ratos agradecería que se me cayese para poder arreglar ese crujido de mi hueso
como un gato, como un gato me arrastro contra la pared, porque ya van seis, no siete, qué sé yo, he perdido la cuenta, que no sé si son meses, o años, y dónde, dónde hay una mano, con un dedo me iba a conformar, pero no mío, no mío otra vez, un labio, un trozo de mejilla, no me importa que no haya un corazón dentro
no hay adentros, sólo los afueras ardiendo, que ya sé que el sofá me espera, que yo me lo gestiono todo, pero esta vez, y tantas veces agarraría cualquier mano (que no la mía otra vez no), agarraría cualquier pedazo de carne, ni siquiera un nombre
dolor, dolor de piel de falta de contacto, de cruces sin roces, ansias desquiciantes de morder de ser mordido, se busca dentadura que me hinque, se busca garra humana, se busca caníbal o aprendiz de maniquí
cómo no aullar o blasfemar, cómo ser un cachorrito bueno y conformarse con el empate y las sombras, cómo soportar tanta luz de luna, cómo no revolcarse con una náusea entre la oscuridad de la noche entre los sudores de las sábanas que hasta a ratos me parece que hay alguien más allí, pero allí no hay nadie porque la piel sigue ardiendo y por mis poros a punto está de manar sangre o cualquier incandescencia en oleadas de fiebre y desazón
solo otra vez
naturalmente

Monday, September 07, 2009

34, naturalmente.

Hoy hace cinco años que trabajo en mi actual empleo. Hace también tres años (más o menos) que me hice un tatuaje y que comencé este blog. Y como resulta que hoy estoy de cumpleaños, pues resulta que hace 34 años que nací (¡felicidades, felicidades! gracias, gracias).
Estos días la gente me pregunta que cómo es que me fui a París yo solo, que si no me he aburrido. La respuesta es que ni lo más mínimo. Hace 34 años que me conozco, creo que es suficiente tiempo como para conocerme lo bastante bien para no aburrirme. Pero cómo explicar que si estoy solo no me aburro, que sólo me aburro con alguien con quien no tengo demasiado que compartir y al que me veo obligado a darle conversación. La verdad es que me he gestionado una soledad tan cómoda, tan concurrida, tan sencilla y ligera, pero al mismo tiempo tan llena de vida y de sobresaltos, que me cuesta imaginar cómo podría ser posible que me llegase el momento en que todo eso se estropease. Me explico: cómo podría ser posible que en un momento dado pudiese conocer a alguien que me removiese tanto los adentros que me hiciese desear estar con esa persona con tantas ansias que se me estropease mi soledad. Y como también hace tres meses que vivo absolutamente solo, la comodidad se ha hecho superlativa, hasta un grado casi obsceno, que hasta parece que estoy viviendo una especie de "bromance" conmigo mismo. Creo que mi soledad es demasiado incompartible, demasiado exclusiva, se ha extendido y ha llegado a abarcar demasiado, de tal modo que si algún día me abandonase, entonces sí que me quedaría completamente solo, pero con una soledad que no me pertenecería en absoluto, con una soledad ajena, confusa, acompañada, en la que yo, posiblemente, no me encuentre.

Sunday, September 06, 2009

París día 6

Último día, así que las intenciones no son otras que ver todo lo que me falta por ver. Como creo que es un plan demasiado ambicioso, lo resumo en intentar ver todo lo que me sea posible ver.
Compro un billete de metro que me sirve para todo el día y voy hasta el arco de triunfo. Le hago un par de fotos, pongo cara de prisa y tomo la avenida que me lleva al Bois de Boulogne. Miren qué prisa tengo, miren.
Y la verdad es que no hay razón para tanta prisa, porque es bastante temprano y el bosque en cuestión (bueno, llamémosle parque) está absolutamente vacío, salvo por los típicos con la moral por las nubes que van a hacer deporte y las prostitutas que todavía colean de la noche (digamos que este parque no es el lugar al que ir de noche). Camino entre árboles, lagos, cascadas y puentes durante un par de horas, hasta encontrar un parquecillo dentro del mismo parque, llamado "Shakespeare", pues al parecer allí se encuentran todas las plantas y árboles que Shakespeare menciona en sus obras, además de representarse con asiduidad obras del bardo de Stratford (estos franceses... no les vale Molière, tienen que ir a pedir a casa ajena).
Regreso al arco de triunfo, vuelvo a poner cara de prisa al ver la cola que se ha formado para subirse al arco, así que cojo el metro y voy hasta Montmartre, me detengo a comprar souvenirs para la familia, paseo entre los pintores que venden sus cuadros y te hacen un retrato por 10 euros y sin ninguna compasión, digo bonjour en el museo Dalí, cojo el metro hasta el hotel, descanso quince minutos, y cojo el metro a Montparnase, que aunque no sé muy bien qué hay allí, creo que es la única zona que no he visto.
En Montparnase hay avenidas muy anchas llenas de restaurantes caros. También hay un cementerio, lleno de tumbas y esas cosas. Y la torre Montparnase, claro. Me subo a la torre (pago 10 euros por ello), y allí puedo hacer un recopilatorio de los lugares en los que he estado estos seis días, pues desde la azotea del gigante edificio se ve absolutamente todo. La torre Eiffel pequeñísima, a su lado Los Inválidos como si fueran una maqueta, una versión reducidísima de Notre Dame, un pequeño punto a lo lejos es el Sacré Coeur, una línea difusa son los campos elíseos. Si miro hacia el otro lado, encuentro un poco más grande el cementerio de Montparnase, donde al parecer NO está enterrado Jim Morrison, no porque vuelva a fundar The Doors, sino porque está en otro cementerio, aunque sí que está Jean-Paul Sartre, si miran a partir de la casa, cuenten tres tumbas a la derecha y luego seis a la izquierda, y si cuentan al revés, seis tumbas a la derecha y tres a la izquierda se encontrarán con la de Jean-Sol Partre.
Además, por este cementerio también deambulan Samuel Becket, Maupassant, Baudelaire, Stendhal, Truffaut... vamos, una fiesta. Con Alejandro Dumas no lo tengo tan claro, pues me pareció verlo en el Panteón, pero claro, como hay padre e hijo, quizás uno esté aquí y otro allí, y la verdad, la vista desde la torre no me permitía aclarar este punto.
Vuelta al metro de regreso al hotel, preparar las maletas, pedir que me hagan un desayuno mañana temprano para salir en metro hacia el aeropuerto de Orly hacia Madrid y de allí a Santiago y de allí a casa de nuevo desde donde comenzaré a contar las cantinelas de estos seis días.

Friday, September 04, 2009

París día 5

Salí temprano del hotel con la sana intención de entrar de una vez por todas en la catedral de Notre Dame sin necesidad de unirme a una de esas largas colas que se formaban durante el día. Fue una buena idea el poder ver el interior sin una aglomeración impertinente de turistas. Lástima que para cuando permitieron el acceso a las torres, a las 10 de la mañana, ya se había formado una cola considerable, así que opté por dejar las torres de Notre Dame para otra ocasión.
Comencé la marcha hacia el Jardín de las Plantas. Ya sé que había prometido ir a todas partes en metro, pero es que no puedo contenerme, y por las mañanas no notaba tanto el cansancio. De camino me detuve en una librería donde vendían libros de Hemingway en francés y de Balzac en inglés, y como me encantan esta clase de transmutaciones, a punto estuve de comprar una edición francesa de Hemingway.
Cuando llegué al Jardín de las Plantas (una vez más, ayudado por el mapa, sin hacerlo por el camino más corto) pude oler el extraño aroma a menta y otras plantas medeicinales que desprende el jardín. Dentro descubrí también un pequeño zoológico, y no dudé en pagar la entrada y hacer una visita a unos cuantos lagartos, flamencos, avestruces, monos y cabras. Comenzaban a caer algunas gotas de lluvia cuando salí del zoo, no sin antes advertir a la señora de la taquilla:
-Tienen que hacer algo con ese mono. Estaba leyendo un libro de Hemingway.
-Es normal- respondió ella.
-No me diga que es normal- respondí yo. -Es un mono, y está leyendo a Hemingway.
-Es que Hemingway estuvo aquí - respondió la señora, y ante esta revelación salí lentamente del jardín, conmocionado, sin mirar atrás, conteniendo la respiración y tratando de no hacer sombra.
Olvidémonos de Hemingway (¿dónde no ha estado Hemingway?). Recorrí la calle Mouffetard en busca de un mercadillo que no había durante un buen rato, comí una sopa de cebolla, y me dirigí al Panteón. Pagué otra entrada, vi el péndulo de Foucault, la tumba de Rousseau, la de Voltaire, la de Victor Hugo y la de Zola. Todos muertos, efectivamente. Regresé al Sena, y compré un billete para una vuelta en barca. Como todavía faltaba una hora para la salida y empezó a llover algo más fuerte, decidí tomarme una coca-cola en una cafetería al lado de Notre Dame. Cuando me trajeron la cuenta y vi que me iban a cobrar 9 euros con 60, me dio un ataque de risa. Comencé a reírme con tantas ganas, tanto estrépito y carcajada batiente, que mi risa se contagió al resto de la clientela, hasta a los camareros y a las gárgolas de la catedral. Nos reímos y reímos sin parar, creo que todo París comenzaba a partirse de risa, hasta que por fin me cansé, saqué un billete de 10 euros y dije: "Quédese con el cambio", lo cual nos causó un nuevo y genuíno ataque de risa que creo que se extendió por toda la Galia. Ay, estos franceseas y su humor...
A los diez minutos de montar en la barca comenzó la tormenta del siglo. Qué bien, la tormenta perfecta, ahora nos iremos a pique. Soy George Clooney. Todos los pasajeros nos refugiamos en la parte de abajo de la barca, la que estaba cubierta, y desde allí comenzamos a ver pasar París. Primero el Louvre, luego el museo de Orsay... Pero no me iba a conformar con verlo todo a través de un cristal. Me decidí, y volví a subir a la parte de arriba de la barca, bajo la lluvia, y desde allí comencé a sacar fotos de todo. Allí solo, empapándome, comencé a saludar a la gente que pasaba por el Pont Neuf, y como en la barca pusieron una canción conocida, comencé a cantar y a bailar.

esta es la canción, bailen, bailen


Joder, estaba en París, los relámpagos caían tras la Torre Eiffel, yo bailaba bajo la lluvia en un barco y la gente bajo los paraguas me saludaba. Fue un instante de euforia, de plena felicidad, en el que me di cuenta que no preferiría estar en ningún otro lugar ni con nadie más.
Paris, je t'aime.

Wednesday, September 02, 2009

París día 4

La única cola que me digné a hacer en París fue para entrar en el Palacio de Versalles. Cogí el tren, esperé unos 45 minutos de cola, pagué mi entrada, me llevé una guía en auriculares y di vueltas y más vueltas entre las habitaciones reales. La guía me explicaba cosas de un argumento que sólo comprendía a medias. De acuerdo con que allí vivió Luis XIV, pero la lista de personajes secundarios que formaron parte de aquel palacio se hacía excesiva, y me perdía constantemente. Da igual. Contemplé las sucesivas estancias, llenas de lámparas, camas más anchas que largas, espejos, cuadros y demás suntuosidades antiguas, cámara en mano y abriéndome paso entre la multitud de turistas que empezaban a abarrotar Versalles.

(ahí estoy, haciendo una foto a un reloj muy viejo mientras que con los auriculares trato de averiguar si la Delfina era hija de Luis XIV o si Luis XV era el padre de Luis XVI y quién de todos ellos era el Delfín y por qué le llamaban así... bueno, qué lío).

Cuando me cansé de dar vueltas, pagué otra nueva entrada para ver los jardines (me niego a calcular cuánto dinero gasté en París, no quiero saberlo). Los jardines son un laberinto y a la vez un paraíso. Senderos y senderos que se bifurcan, se vuelven a juntar y desembocan en fuentes, y más fuentes, llenas de estatuas de dioses del olimpo, inmensos estanques con canoas, y extensiones inmensas de campo en los que la gente se sienta a descansar. Era otro día de sol abrasador, y la gente buscaba alguna sombra en la que refugiarse. A las tres y media de la tarde, el calor ya era insoportable. Las fuentes comenzaron a funcionar a un tiempo, y tras el espectáculo del agua, decidí regresar a París.
Después de un descanso en el hotel, tomé el metro hacia Montmartre, subí hasta el Sacré Coeur y entré en la catedral. Allí había un ambiente impresionante. Músicos en las escaleras de la iglesia, equilibristas, malabaristas, vendedores de pulseras... Se hacía de noche, y caminé hacia Pigalle, para encontrarme con el Moulin Rouge. En el camino, por supuesto, todos los sex-shops y espectáculos eróticos del mundo y alguien siempre llamándome para que entrase. Monsieur, venez avec moi, monsieur! Por lo visto soy una presa fácil (¿se habría corrido ya algún rumor?). Sorteando todas estas tentaciones, regresé al metro que me llevaría hasta el hotel. Pies cansados, piernas doloridas, llevaba 10 días sin parar de caminar. Desde ahora el metro sería mi solución final.
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