Tuesday, January 26, 2010

La mujer de los besos boomerang

Casi sentía vergüenza (por llamarle de alguna forma, pero bien podría decir torpeza, pereza, vértigo, desprecio) de asomar la cara en esta ventana con todo lo que ha llovido y las inundaciones que he ocasionado. Déjanos en paz, nos oí bramar con toda razón. Y así transcurrió toda esta sombra a la que me empeño en llamar vida (y créanme que es una gran sombra, no alargada sino interminable, casi tanto como la sombra de la nada, que como está demostrado, es infinita), sin señales, sin chistes, sin otros yos, sin pepe... dejémoslo.
La tierra comenzó a arder bajo pies paralizados, posiblemente de tanto pisarla. Volaban palabras entre mis orejas, rozaban mis párpados, se detenían un segundo imperceptiblemente, y desaparecían. Yo las olvidaba sin mayor resistencia, porque no eran asunto mío (nada era asunto mío o eso era lo que me dictaban los sentidos perezosos), porque las ventanas estaban cerradas, porque mi único destino era comprar el pan, y ahí se me secaban los esfuerzos.
La tierra ardía, efectivamente, y ya eran gritos los que me cercaban y también los que se contenían en el intestino. Pero sólo pudo ser la mujer de los besos boomerang la que me sacudió el esqueleto, limpió mis telarañas y de un soplido deshizo toda la ceniza que cubría mis párpados. Qué bien. Cuánto sueño acumulado. Cuánta sangre desperdiciada.
Pero no nos desviemos. Lo que yo quería contar es lo que ocurrió en un segundo, en un pequeño lugar desconocido. Allí, en ese preciso instante, se trazó un plan perfecto, tan elaborado y preciso que resultó ser una obra de arte inimaginable. Era un entramado de actos infalibles, de golpes de efecto, de novedades y de arraigos, lo resumía todo y lo cambiaba todo. Con el tiempo, el plan comenzó a madurar, a crecer, a volverse importante, inevitable, inexcusable, imprescindible. Tanto, que sólo parecía haber plan, se volvió la biblia, se convirtió en mí mismo, invadió los agujeritos que se habían creado en mis huesos, y por allí comenzó a perder sus comas, dando lugar a malentendidos. Los malentendidos originaron cierto desorden en la composición de los pasajes, estos se vieron transtornados por cierta falta de coherencia, algunas palabras desaparecieron en los huecos de mi memoria, otras decidieron no tomar más parte en esta locura, y finalmente sólo hubo una incoherencia interna que era lo único a lo que nos aferrábamos.
Y no saben hasta qué punto ardía la tierra y los zapatos. La mujer de los besos boomerang (no sé si les he hablado de ella). Ciñámonos al plan. El plan dice que.
Ah, bien. Ordenemos las palabras. Ah. Recuerdan aquellas que volaban y que yo insistía en olvidar... maldita sea. Beso boomerang coordenadas, modificar rumbo, derecha. Oh oh, un caos muy preciso, mira por la ventana, tira de curriculum, el plan dice que, el planeta empírico y el perro de Pavlov. Beso boomerang a la izquierda, tira de la palanca de la ingenuidad, el mundo es un pañuelo y todo se puede cruzar, estos poemas los desencadenaste picnic en hangin rock. Alguien sabe leer este plan destrozado parece que la marea lo ha dañado un poco, acaso estuvo bien ideado algun vez, acaso nos quedaba algo de cordura de ternura de esperanza ingenua no me dirás que estoy saltando al vacío porque no nos quedan más vacíos, sólo tierra ardiendo en llamaradas de aburrimiento y pánico. y seguido.
¿Saben? Una vez escribí algo hermoso, y ahora me río de todo aquello, y aunque sabemos que no es más que una pose, lo cierto es que todo me parece de una importancia mínima. Sabemos que he mentido, pero qué importa, miren cuánto han mentido todos los demás, ¿creen que no debo justificarme así? Pues lo hago. Y por lo demás, todo es lo mismo, todo es igual. Como siempre. ¿Arde aún la tierra? Desde luego, como el infierno, pero eso no garantiza que vuelva mañana. Garantiza que a veces salga a la ventana. Sólo eso.

Saturday, January 02, 2010

Una vez dije algo hermoso

Ya no recudo lo que era, pero una vez dije algo hermoso. Lo recogí con cuidado, lo imprimí en las paredes de mi cuarto, lo lancé al espacio y a los mares, lo receté en los ambulatorios y me lo hice tatuar en la frente.
Ni yo ni nadie recuerda lo que era. Quizás alguna vez quise volver a intentarlo, pero nada hermoso ha vuelto a salir de mí, o quizás su hermosura se perdió en una corriente de palabras confusas, raras.
Y así, creo que he preferido no decir nada nunca más.
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