Friday, August 27, 2010

28 días después

Era por la mañana pero no crean que muy temprano cuando estaba en el pueblo de Brienz, Suiza, haciendo fotografías del lago del mismo nombre que el pueblo. Nadie alrededor. Quise acercarme para saber si estaría fría el agua del lago, bajé dos escalones, y al tercero resbalé y caí de culo. Tuve la habilidad de caer sobre el mismo escalón, no caer al agua y proteger la cámara de fotos, y por fortuna no rompí nada, pero a punto estuvo de ser lo más gracioso que hubiese ocurrido en Suiza desde que le ganaron a España en el mundial de este año.
Este incidente me llevó a pensar que si en dos días iba a subir al Jungfrau, lo más sensato era comprar otro calzado que evitase este tipo de resbalones y me ahorrase el partirme el cuello en la montaña. Así, al día siguiente en Berna, entré en una tienda de deportes y compré unas buenas botas que me hacen un daño horrible (siempre he sido muy delicado y exquisito con el calzado) pero que me mantienen a salvo de terribles patinazos.
De todos modos, no crean que en el Jungfrau mantuve el equilibrio en todo momento. La nieve es lo que tiene. A mi favor, puedo decir que me levanté todas las veces que caí, y mantuve intacto todos mis huesos y mi orgullo.
Este pequeñito esbozo argumental de viaje es uno de los pocos que soy capaz de expresar en un instante. Sin embargo, todo el viaje consta de un enorme argumento, que de tan complejo, se ha vuelto inefable y se me enrosca en la garganta. Sé que todo lo ocurrido ocurría por una razón, como si ese viaje quisiera demostrarme las verdades del determinismo. Con todo lo escéptico y cínico que trato de ser, me repito que la casualidad es siempre más fuerte que la causalidad, pero cada tren, cada ciudad me confirmaba todo lo contrario. Cada estación, cada edificio, cada nuevo rostro que encontraba se enlazaba con un hecho de mi pasado de una manera absurdamente lógica, inexplicable. A dónde quería ir a parar todo esta sucesión de nudos sigue siendo un misterio, pero todo fue tan mágico, tan preciso y tan caóticamente ordenado (¿les suena?), que estuve maravillado durante 28 días y lo sigo estando 28 días después. Me gustaría contar que he descubierto algo nuevo, que me he encontrado a mí mismo de una nueva forma más pura, que soy más sabio y más excelso, pero me temo que no. Lo que he encontrado es algo que no soy capaz de descifrar del todo, mucho menos explicar y que me mantiene indagando de día y soñando fuertes confusiones inescrutables por la noche. Así me tienen de momento.

Saturday, August 07, 2010

Es la torre Eiffel, estupido!

Como cosa curiosa de este blog, anuncio que este texto no lleva acentos ni la letra espanhola por excelencia y que sera sustituida por la lusista nh. Y es que escribo desde un teclado frances, y no se crean que es tan sencillo.
La torre Eiffel seria perfecta si no la hubieran construido con tanta gente deseando subirse a ella. Esa cola directamente no tenia principio ni final, solo habia gente alrededor como un laberinto perverso. Claro, es la torre Eiffel, qu'est-ce que vous avez pense?
Entonces voy a un acuario, lleno de peces, tocando con su nariz en su pecera. Peces franceses, estancados en sus estanques, pero todo tres chic, tres jolie.
El arco de triunfo fue construido con menos gente a su alrededor y con mucho Paris a sus pies. Desde alli todo se divisa y se senhala y se dice voila L'Ile de France.
Y para ser mucho mas chic, mas cool, Al final de la escapada, campos eliseos dentro y fuera de la pantalla, Belmondo creo que a mi lado pasando su dedo por mis labios.
Les Halles me esperaban con sus crepes nuevamente, casi me sentia como en un hogar secundario, y con la sensacion de que me iba y volveria pronto.
Y hoy, Grenoble. Esa es otra historia en la que hay mucho menos yo. Y en ese terreno patino un poco mas.

Wednesday, August 04, 2010

Cosas que hacer en París cuando estás muerto de cansancio

Voy a desistir de subir a las torres de la catedral de Notre Dame. Me desanima el hecho de llegar una hora antes de que abran y que ya haya una cola que da la vuelta al chiringuito. En lugar de eso me lancé hacia el museo de Orsay y lo vi todo de arriba a abajo. Tiene su gracia. Vi todos los Van Goghs que no vi en el museo Van Gogh de Amsterdam, analicé en profundidad las conxiones del impresionismo con el simbolismo, decidí que me gusta Cezanne más que ningún otro y desanduve lo andado hacia el barrio latino a comerme una sopa de cebolla.
Como hoy era día de museos, no me lo pensé dos veces y entré en el George Pompidou, a ver arte moderno. La primera parte era de arte moderno de verdad, de ése que me deja frío y al borde de la indignación. Quizás se trata de eso. La segunda parte mejora, pero claro, cualquier cosa mejora cuando aparecen Picassos y Kandinskys. La tercera parte, la mejor, una exposición soberana no sé muy bien acerca de qué, llamada Dreamlands, que exhibía mediante fotos, vídeos, cuadros y "cosasrarasporquesí" diversos aspectos de ciudades bien reales, bien ficticias. Un conglomerado ecléctico y espectacular de murales, fotos y trucos, desde obras de Dalí hasta cajas de cartón y secuencias de películas. Créanme que me llegué a emocionar. Dos horas y media estuve metido en el Pompidou, con un cansancio de mil demonios después de estar todo el día de pie (¡llevo una semana entera de pie!), pero disfrutándolo de veras. De esas veces que lo estás gozando verdaderamente pero que notas que no puedes más, pero ahí sigues, dándolo todo.
Salí del Pompidou entusiasmado, pensando si volver al hotel y dormir de una vez o bajar al barrio latino a cenar. Entonces empezó a llover, y eso me lo puso todo más claro: bajar al barrio latino a cenar. ¿Cómo es posible? Pues porque la lluvia purifica, se llevó el cansancio, me empapó de una nueva fuerza, me eché a reir, a correr, me lancé hacia los puentes del Sena canturreando "I dont wanna miss a thing" de Aerosmith, que tan al caso venía.
Cené ancas de rana y salmón. Delicioso, sobre todo el salmón.
Estoy on tour. Y no quiero perderme nada.

Cosas que hacer en París cuando ya has estado en Amsterdam

Después de encontrar cerrado el museo George Pompidou (porque es martes) y el museo Picasso (porque está cerrado hasta 2012) pasé por el barrio judío, comí comida judía, cogí el metro y fui a Montmartre, entré en el Sacre Coeur y luego bajé hasta el boulevard Clichy por donde di un paseo hasta el Moulin Rouge ignorando a todos los señores que me invitaban a entrar en su local de strip-tease. En el Moulin Rouge hacían cola unos cincuenta japoneses, no tiene sentido. Di la vuelta y de nuevo los señores llamándome mesié, show, hasta que uno me detiene y en inglés me dice que debo entrar en su club porque es lo nunca visto, las chicas más guapas, no lo lamentaré, que entre sólo un minuto para comprobarlo, todo es negociable... Qué pesado.
Mira, chatín, le dije en mi correcto inglés. Tengo que decirte que vengo de Amsterdam, así que sea lo que sea que haya en tu club me parece que va a ser IM-PO-SI-BLE que lo mejore. No me hagas perder el tiempo y el dinero. Au revoir.

Tuesday, August 03, 2010

Cosas que hacer en Amsterdam cuando crees que estás muerto

"The Bulldog" era el nombre del coffeeshop en el que entré. Pedí una coca-cola y un space cake, así como para desayunar. Me comí el pastelillo y después leí sus instrucciones de uso, ya saben, disparen primero y pregunten después. Decían las instrucciones que si no se han tenido experiencias previas con el space cake que se desaconseja su consumo. El establecimiento no se hace responsable de bla bla bla... Bueno, no será para tanto.
Salí del coffeeshop, visité la iglesia vieja del red light district, caminé hacia la plaza Dam, llegué a un mercadillo, paseé durante una hora diciéndome a mí mismo que esto del space cake era una tontería. Entonces, de golpe, solté una especie de estornudo. No, no era un estornudo, era una risa. En realidad no me estaba riendo, aunque era igual que la risa, sólo que con la misma convulsión e inevitabilidad que el estornudo. Traté de disimular, pero era incontenible. Saqué un libro de mi bolsa, para hacer creer a la gente que me rodeaba que me reía por algún motivo. Bueno, aquí están los efectos por fin.
Me senté en un banquillo, tratando de leer algo verdaderamente, pero comencé a notar que no era capaz de concentrarme. Volví sobre mis pasos, mientras sentía cómo un leve mareo se apoderaba de mí. Tomé la decisión de volver a la plaza Dam y hacia allí dirigí mis pasos. Fue la última decisión que tomé estando plena posesión de mis facultades.
El mareo cobraba una perspectiva mucho más amplia. Me senté un instante en las escaleras de la plaza, pero aquello sólo hizo empeorar la cosa. Me puse en pie en seguida y comencé a pensar que quizás ese pastel podía tener unas consecuencias no previstas. Quizás, de entrada, no sería mala idea comer algo, beber algo o ponerse a la sombra. Tres ideas bastante sensatas. Pero entonces surgió otra voz. Era una voz que sonaba mucho más seria y sensata que la anterior y que decía que no debía preocuparme, que nada ocurría. Esta sensación se pasará en seguida. Pero el mareo iba en aumento. Vete a la sombra, rápido, decía la voz número 1. Venga ya, sólo dices eso porque estás con el colocón, pero tranquilo, decía la voz número dos. Entonces surgió una tercera voz, que trataba de discernir cuál de las dos voces era la racional y cual hablaba en nombre del hachís, y a continuación apareció una cuarta voz bramando que quién demonios era esa tercera voz para poder juzgar, y así aparecieron voces y voces en modo metadiscursivo proclamando teorías que apenas recuerdo y que apenas sería capaz de comprender en estos momentos.
Mientras tanto, mis pies daban vueltas sin sentido. Mi percepción de la realidad que me rodeaba se difuminaba por momentos. Traté de dirigirme hacia un lugar en la sombra, pero ya apenas sabía dónde me encontraba. A veces creía que lograba identificar algo, la catedral, una tienda, pero todo volvía a desaparecer en una neblina extraña. Creo que llegué a entrar en unos grandes almacenes, pero apenas lo recuerdo. Sé que al rato volvía a estar bajo el sol, y que de alguna manera fui capaz de pedir un botellín de agua en un puesto ambulante. Bebía pequeños sorbos, me pasaba algo de agua por el cuello, y seguía a pleno sol. Volví a pensar en ir a la sombra, en comer algo, pero me di cuenta de que era absolutamente incapaz de hacer nada de eso. Me entró el pánico cuando de hecho comprobé que no era capaz de hacer absolutamente nada. Mi única solución era volver al hotel, fuera como fuera. Me vi en absoluto peligro, dando tumbos semi k.o. en Amsterdam, a punto de ser atropellado por las bicis, y sin saber hasta qué punto mi estado iba a ir en aumento. Pero ni siquiera era capaz de ver si encontraba un taxi. Tenía que pedir ayuda, como fuera, a quien fuera. O me moriría allí mismo.
Entonces vi un bici-taxi. Me acerqué al muchacho y le pregunté si me podía llevar al Sarphati Park Hotel. Me dijo que sí, que me cobraría 7 euros. Yo le di un billete de 20, y él me dijo que no tenía cambio, y yo le dije que daba igual, que se quedara con los 20 pero que me llevara por dios cagando leches. Según salimos me dijo que era español. En ese instante, mi grado de colocón era tan grande que pensé que todo aquello no era cierto. Era imposible que estuviera en un bici-taxi en Amsterdam, conducido por un español que me llevaba al hotel. De hecho, mientras le explicaba al ciclista mi situación y todo el rollo del space cake, llegué a pensar que en realidad ya me había muerto, y que toda esta parte sólo sucedía en una prolongación ficticia de una vida que ya se había terminado.
No sé cuánto le llevó al bici-taxi llegar al hotel. Sólo sé que ver aquella puerta fue como llegar a la puerta del cielo. Lo siguiente que recuerdo es que estaba en la ducha. Después bajé a recepción, le expliqué a la chica mi situación, me dijo que me metiera en cama, me dio unas chocolatinas, me dijo que no me preocupara, que ella también se había tomado alguna vez uno de esos pastelitos. Me hizo repetir muchas veces que no había tomado nada de alcohol (al parecer la mezcla del space cake y el alcohol es más que radical), y me dijo que me llevaría una coca-cola. Me acosté y mientras esperaba a que me subieran la coca-cola y preguntándome si no debería ir a un hospital, me quedé dormido. No llegaron a subirme una coca-cola, pero después de dormir me encontré mejor. Dos horas más tarde estaba más o menos bien, un poco colocado todavía, pero con un hambre feroz. Bajé a la calle y me tomé un perrito, una hamburguesa, una tarrina de fruta y dos coca-colas. Luego tuve el humor de volver a la plaza Dam y ver el terreno tan irreconocible por el que estuve deambulando como un zombie.
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