Friday, September 10, 2010

Alta fidelidad

El otro día mi primo me dijo que si le podía prestar "Alta fidelidad". Me pedía el libro de Nick Hornby. Si me hubiese pedido la película, la interpretada por John Cusack, no habría habido problema. Le habría dicho que no la tengo, y punto. Pero me pedía el libro. Y, coñe, sé que el libro lo tengo, porque lo he leído, recuerdo que un verano lo llevaba a la playa y lo leía, así que lo tengo que tener.
"Alta fidelidad" (libro o película) no es que sea de verdad. No es cierta. Es lista. Es provocativa, hace gala de una memoria excelente (especialmente el libro), y tiene un carismático personaje (especialmente la película) en el que a todos nos gusta vernos reflejados. Lástima que este personaje no exista en la vida real, y en realidad no seamos él, tan perfectamente patético en su buen gusto y en su paranoica inmadurez. Nunca un anti-héroe se me hizo tan cercano, tan queriendo parecerse a mí, o yo a él, de una manera incómoda y cínica (bueno, siempre han estado los personajes de Woody Allen, que de alguna manera hablan por mí a veces, pero eso es otra historia), lo que me lleva siempre a querer hacer una lista de mis cosas favoritas o a querer reunir a todas mis ex.
Empecé por la estantería de mi casa. Ahí fue sencillo. No estaba y punto. Continué por la estantería de mi antigua habitación en casa de mis padres. No. En el salón, tampoco. El armario daba un poco de miedo, pero allí me metí, y la casa de mis padres se convirtió pronto en un campo de una batalla que se hubiese librado a librazo limpio. Encontré libros que había olvidado, otros que no sabía que tenía, se acumularon en el suelo, llegaron al techo, se subían a la lámpara, se peleaban...en fin, una carnicería, o sea, una librería. Por supuesto que no apareció "Alta fidelidad". El recurso de buscar en casa de la abuela pareció buena idea, pero fue en vano, pues por extraño que parezca, allí tampoco estaba.
La conclusión de todo esto, que es a donde me gustaría ir a parar, es que soy un desastre a la hora de ordenar cosas, al igual que para poner un poco de orden en mi vida, lo que me hace emparentar claramente y de una vez por todas con el protagonista del libro en cuestión, pero en el fondo esto tampoco es cierto, porque en su caso todo su caos se vuelve carismático y en el mío todo se vuelve una mierda. Por eso ese personaje no es real, y "Alta fidelidad", por más que nos gustaría que lo fuese, tampoco es real.
Por otra parte, que conste que todo esto no es nada nuevo. Esta entrada ya la he hecho antes, con otras palabras, pero con el mismo resultado.
Lo siento, primo, volveré a meterme en ese armario.

Sunday, September 05, 2010

La insoportable...

El libro que escogí para llevarme de viaje fue "La insoportable levedad del ser" de Milan Kundera. Creo que decidí llevarme éste para compensar el insoportable peso de la maleta que llevaba. Lo guardé en un bolsillo lateral de la maleta, y después olvidé que lo había metido allí, así que cuando lo busqué entre la ropa no lo encontraba. Por eso, no recuerdo si en la estación de trenes de Amsterdam o de París, decidí comprar otro libro, "Nocturnes", de Kazuo Ishiguro, en inglés. Por desgracia, luego encontré "La insoportable levedad del ser" en el bolsillo en el que lo había guardado, y finalmente ésa fue la lectura a la que me dediqué en los trenes. He dicho "por desgracia" porque a decir verdad el libraco del Kundera no me ha aportado nada. No me gusta. Hubo un momento en que los protagonistas van a Zurich, ciudad que iba a visitar en unos días, así que pensé eso de que todo encaja, es el determinismo, este viaje es especial y bla bla bla, pero hasta ahí.
Mi Zurich no tuvo nada que ver con Milan Kundera. Fue otro tipo de casualidad. Era sábado, pero no cualquier sábado. Yo no lo sabía pero era el sábado en el que Zurich se iba a abarrotar de gente de todas partes, y... todos disfrazados. Street Parade Festival. Ya la estación de trenes estaba llena de monstruos, y las calles se inundaban de grupos de festivaleros, disfraces extraños, bailarines, contorsionistas, exhibicionistas, máscaras y pelucas. Madre mía, dónde me había metido. Saqué mi cámara, pero no daba abasto, aquello era demencial. Así que me puse mi chuvaquero y mis gafas de sol, y en dos segundos yo también estaba disfrazado, era uno más. Todos nos dirigimos hacia los palcos donde bailarinas y djs se movían al son de una música atronadora. Y sólo eran las 12 del mediodía.
Después de algún rato entre comparseros, me fui a comer y a fotografiar algo del Zurich normal, lo que buenamente pude. Pero a las 5 de la tarde, colapsé. Era al día siguiente de me caminata por la nieve, llevaba dos semanas sin detenerme ni a respirar y el carnaval de Zurich acabó por destrozarme. Me monté en el tren, me dormí, y regresé a mi puesto base. Basta de fiesta. Me quedaba más de una semana por delante, y a veces hay que descansar. A ver si la levedad del ser va a ser algo más que insoportable...


Friday, September 03, 2010

Qué pañuelo es el mundo.

Lejos de aquí,
hace mucho tiempo,
cuestión de kilómetros
y años,
una luz irisada en la mañana
usaba tu espalda de pantalla
para proyectar ciertas secuencias
de un ambiguo argumento
que llamábamos amor.

Ayer,
en la penumbra del pasillo de mi casa
esa misma luz volvió.
Desconozco sus pretensiones,
qué exploraba,
qué quería hacerme recordar.
Acaso buscaba de nuevo tu espalda,
cómo se equivocaba,
la muy idiota.

En cualquier caso,
qué pañuelo es el mundo.

Y cómo resbala.

Wednesday, September 01, 2010

Piano-cocktail

Imagínense que un día descubren que existe una máquina del tiempo. O ese anillo que vuelve invisible al que se lo pone. O la lámpara de los deseos. O la Estrella de la Muerte. O Macondo.
Pues eso me sucedió a mí aquel día en Berna. Quizás haya mencionado antes que uno de mis libros de cabecera es "La espuma de los días", de Boris Vian, un agridulce cuento surrealista, derroche de imaginación y sensibilidad. Pues bien, aquella tarde en Berna descubro en medio de la calle uno de los elementos de la imaginería de este libro, un piano-cocktail.
El protagonista de "La espuma de los días" había inventado este artefacto con el que preparaba sus cócteles tocando el piano, es decir, que según la melodía que tocase y las teclas que pulsase, saldría un cóctel u otro, con la peculiaridad de que si la melodía era amarga, su cóctel también saldría amargo, y si su música era animosa conseguiría un cóctel chisposo.
En esta ocasión, era una pianista la que poseía semejante invento en medio de una calle de Berna. Se disculpaba en francés de no saber hablar alemán, e invitaba a escoger una melodía y a bebérsela. Tan pasmado estaba yo con este hallazgo y tan conmovido por ver semejante cosa surgida de las páginas de mi querido libro, que créanme que se me escaparon las lágrimas. Me acerqué a la pianista y le dije en francés que conocía su piano porque... aunque ya fue ella quién completó mi frase...había leído a Boris Vian, lo que pareció llenarla de alegría. Escogí una canción titulada Marguerite, con tequila, limón, cointreau y naranja, y después hice girar una ruleta para saber cuánto pagaría por el cóctel. Me salió el cóctel gratis, como no podía ser de otra manera, pero hubiese pagado alegremente lo que fuera. Bebí el cóctel con calma, y después de un rato me marché también lentamente, como si estuviera en un sueño y tuviese que tener mucho cuidado de no despertarme.




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