Tuesday, November 06, 2007

El momento de gloria del niño-sapo.

A mí no me recordaréis, pero seguro que os acordáis de Gustavo, el niño-sapo. Tenía brazos, manos y dedos, tenía piernas y pies, como cualquiera de vosotros. Pero también era verde, tenía una larga lengua con la que atrapaba moscas, y como diríais vosotros, croaba. No hablaba nuestro idioma, sólo hablaba el dialecto de los niños-sapo del idioma batracio. Tampoco tenía nombre, pues lo de Gustavo fue un invento de la prensa, siempre tan original. Gustavo vivía tranquilo y anónimo en una charca, hasta que un día vio a Sara, una niña humana, y se enamoró. Este repentino enamoramiento no debería haber tenido mayor relevancia. Sara salió huyendo dejando a Gustavo solo y desamparado a la orilla de la charca, aunque su tristeza no duró mucho. Su piel deslizante le permitía recuperarse pronto de este tipo de daños, y podríamos decir que le resbalaban las decepciones de esta clase. Pronto estaba croando alegremente de nuevo, olvidando asuntos de amores humanos. Sin embargo, este asunto no pasó desapercibido. LLegó a oídos de los medios de comunicación, y pronto quisieron interesarse por el enamorado niño-sapo. Y es ahora cuando yo entro en esta historia.

Aunque soy de los pocos expertos en idioma batracio, y sobre todo en el dialecto de los niños-sapo, como comprenderéis, no es fácil ganarse la vida como traductor de dicha lengua. No es que haya mucha demanda, precisamente. Aquella era la primera vez que me llamaban para traducir a alguien. Gustavo hablaba despacio, con un dialecto cuidado y suave, pensaba bien todo lo que decía, y yo no tenía ningún problema para traducir sus palabras. Aparecimos en televisión en directo en horas de gran audiencia. Recuerdo bien la primera pregunta:
- Gustavo, ¿qué prefieres ser, niño o sapo?
Como siempre, Gustavo se tomó su tiempo para responder que tanto ser niño como ser sapo tenía sus ventajas, y que no renunciaría a ninguna de ellas. Respondió que estaba muy orgulloso de su condición de niño-sapo y que no le interesaba ser humano. Mi traducción se ajustó correctamente a sus palabras. Con la segunda pregunta, la prensa volvió a la carga:
- ¿No preferirías ser un niño humano para conseguir el amor de Sara?
Gustavo, muy tranquilo, respondió que la verdad era que Sara había sido un amor que hacía tiempo que se había marchado, y que ya no significaba nada para él. Que gracias a su piel de sapo había conseguido alejar todo tipo de rencores o nostalgias.
Y a decir verdad, eso fue el final de todo. La entrevista finalizó con un par de preguntas anodinas y todos nos dimos cuenta de que las respuestas de Gustavo no interesaban a nadie. ¿A quién podía interesar un niño-sapo feliz de ser niño-sapo, que no hablaba nuestro idioma, y al que el amor le duraba tan poco? El momento de gloria del niño-sapo había pasado para siempre. Ahora se le ve de nuevo en la charca, papando moscas como actividad principal. Como ha salido por la tele, es la admiración de las ranas, pero él las ignora. De vez en cuando, pasa una niña humana y Gustavo se enamora, brevemente. Y como esto ya a nadie le importa, yo sigo sin trabajo.

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