De cómo PepeDante robó a su vecina sus discos de Camela
Aquello no podía continuar así. Todos los sábados, mi vecina me despertaba, a eso de las nueve de la mañana, con un disco de Camela. Ponía su equipo de música a toda voz, y los finos tabiques que separan nuestras casas no eran capaces de contener todo aquel torrente musical que irremediablemente me sobresaltaba y me apartaba de mi sueño sabático. "Sueño contigo qué me has dado sin tu cariño no me habría enamorado." Así de radical era mi despertar. La tortura continuaba la mañana entera, canción tras canción al máximo volumen que martilleaba mi cabeza hasta dejarla completamente vacía de cualquier otra cosa que no fuera la propia música y las voces estridentes de los dos cantantes del grupo. "Por qué me has engañado quién es él por qué me has hecho daño cuéntame si sabes que me muero por tu amor". ¿Se han fijado lo difícil que es distinguir cuándo canta él y cuándo canta ella? Bueno, dejemos el tema. El caso es que tras varios sábados siendo abrumado desde las nueve en punto de la mañana con la discografía completa de Camela, supe que tenía que tomar una decisión. Lo sensato sería hablar con mi vecinita y rogarle amablemente que por favor no pusiera la música tan alta, especialmente un sábado por la mañana, que uno tiene derecho a descansar, y en todo caso, que por favor no fuera Camela que me estoy volviendo loco. Sin embargo, no me atreví. Me pueden llamar cobarde, pusilánime o lo que quieran, supongo que lo soy. En mi defensa sólo puedo decir que tendrían que escuchar con qué pasión cantaba mi vecina las canciones de Camela. Si el volumen del disco era alto, el de su propia voz era casi demencial. "Cuando zarpa el amor no sabes lo difícil que ha llegado a ser estar sin tu cariño sin poder tener cuánto eché de menos mi niña tus besos de ti ya nunca me separaré". Comprenderán que en estas circunstancias, ante tanto apasionamiento, cualquiera se atrevía a decir nada.
Sin embargo, mi salud se veía bastante afectada por todo este problema. No sólo era que no podía dormir los sábados como a mí me gustaría, es que además me pasaba el resto del día canturreando a Camela "no puedo estar sin él me muero por su amor no dejo de llorar buscando una razón por qué juega conmigo está dañando mi corazón", lo cual derivaba en un dañino mal humor , o bien desembocaba en una descomunal tristeza que también me impedía dormir el resto del fin de semana. Por eso, cuando un definitivo sábado mi cama amaneció temblando al ritmo de "amor y cariño punto com es el dominio de los dos que está registrado en mi corazón" supe que el procedimiento de mis actuaciones seguiría un rumbo diferente. Esperé a que mi vecina saliera de casa, y sigilosamente me aproximé hasta su puerta. En la cerradura inserté la uña del dedo meñique (que me había dejado crecer unos 30 cm. para este propósito) y logré abrir la puerta. Sin hacer ningún ruido "nunca debí enamorarme vivir sin ti cariño lo que me está costando porque yo me niego a olvidarte es este corazón que no quiere hacerme caso no" me deslicé hasta el salón de mi vecina y allí no me costó mucho hallar a mis torturadores. Todos los discos de Camela se encontraban allí, sobre una mesa, dispuestos a amargarme el resto de mis días. Sin dudarlo, los metí en una bolsa y me los llevé de allí (de paso cogí los que había de Bisbal, por si acaso). Sin dejar ni una sola prueba de mi irrupción en casa ajena, regresé a la mía dispuesto a disfrutar de una nueva vida feliz y sin sobresaltos.
Cuando llegó el sábado, y dieron las nueve, evidentemente, no fui despertado por Camela. Fue el silencio sepulcral el que me despertó. Sonreí hacia mis adentros, decidiendo conciliar el sueño de nuevo, pero entonces pude escuchar un débil lamento. Con el tiempo, este pequeño sonido comenzó a crecer, y pronto pude identificar los llantos inconsolables de mi vecina. LLoraba con auténtica pena, con un llanto desesperado que parecía que iba a consumirla. " Tú me has hecho mucho daño ya no puedo soportarlo este dolor me está matando tú me has hecho mucho daño ya no puedo soportarlo por favor vuelve a mi lado". Estos lamentos acabaron por convertirse en algo mucho peor que Camela. Me dolían en mi corazón, me hacían sentir culpable, me perforaban el alma, me llenaban de angustia, de remordimientos, de insomnio. ¡Tenía que hacer algo!
Desde entonces soy yo el que todos los sábados por la mañana se levanta a las nueve y pone a toda voz un disco de Camela.
Sin embargo, mi salud se veía bastante afectada por todo este problema. No sólo era que no podía dormir los sábados como a mí me gustaría, es que además me pasaba el resto del día canturreando a Camela "no puedo estar sin él me muero por su amor no dejo de llorar buscando una razón por qué juega conmigo está dañando mi corazón", lo cual derivaba en un dañino mal humor , o bien desembocaba en una descomunal tristeza que también me impedía dormir el resto del fin de semana. Por eso, cuando un definitivo sábado mi cama amaneció temblando al ritmo de "amor y cariño punto com es el dominio de los dos que está registrado en mi corazón" supe que el procedimiento de mis actuaciones seguiría un rumbo diferente. Esperé a que mi vecina saliera de casa, y sigilosamente me aproximé hasta su puerta. En la cerradura inserté la uña del dedo meñique (que me había dejado crecer unos 30 cm. para este propósito) y logré abrir la puerta. Sin hacer ningún ruido "nunca debí enamorarme vivir sin ti cariño lo que me está costando porque yo me niego a olvidarte es este corazón que no quiere hacerme caso no" me deslicé hasta el salón de mi vecina y allí no me costó mucho hallar a mis torturadores. Todos los discos de Camela se encontraban allí, sobre una mesa, dispuestos a amargarme el resto de mis días. Sin dudarlo, los metí en una bolsa y me los llevé de allí (de paso cogí los que había de Bisbal, por si acaso). Sin dejar ni una sola prueba de mi irrupción en casa ajena, regresé a la mía dispuesto a disfrutar de una nueva vida feliz y sin sobresaltos.
Cuando llegó el sábado, y dieron las nueve, evidentemente, no fui despertado por Camela. Fue el silencio sepulcral el que me despertó. Sonreí hacia mis adentros, decidiendo conciliar el sueño de nuevo, pero entonces pude escuchar un débil lamento. Con el tiempo, este pequeño sonido comenzó a crecer, y pronto pude identificar los llantos inconsolables de mi vecina. LLoraba con auténtica pena, con un llanto desesperado que parecía que iba a consumirla. " Tú me has hecho mucho daño ya no puedo soportarlo este dolor me está matando tú me has hecho mucho daño ya no puedo soportarlo por favor vuelve a mi lado". Estos lamentos acabaron por convertirse en algo mucho peor que Camela. Me dolían en mi corazón, me hacían sentir culpable, me perforaban el alma, me llenaban de angustia, de remordimientos, de insomnio. ¡Tenía que hacer algo!
Desde entonces soy yo el que todos los sábados por la mañana se levanta a las nueve y pone a toda voz un disco de Camela.
2 Comments:
Oh dios. Has puesto una canción de Camela en tu blog. No sé si despreciarte y escupirte en la cara o admirar tu valor y llevar flores a tu tumba tras asesinarte.
Muy, muy buenos tus relatos. He llegado a este blog por casualidad -porque te gusta Amanece que no es poco- y he quedado muy grátamente sorprendida. Te visitaré de vez en cuando!
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