Friday, April 03, 2009

A contrabarranca

- ¡Los mechinales, los mechinales! ¿Dónde están los mechinales?

Su voz reptaba como alfileres sujetos a una fuerza magnética para después toparse con un precipicio implacable y trizarse en mil pedazos contra un suelo lleno de mil alfileres rotos a su vez en mil pedazos estruendosos.
Y yo, con mi ataque de pánico debido a las circunstancias, con los ojos apunto de esconderse debajo de sus bolsas cómodas y acuáticas. No es la cobardía el impulso que siguen mis tácticas del contragolpe, sino el nerviosismo delirante de una rama que se caerá de un árbol por culpa de una urraca. Respondo cualquier cosa con tal de que me dejen a solas con esta fauna tan tiernamente interna. La voz infausta persistía en su manía, intratable, exigente, intransigente.

- ¡Los mechinales, señor mío! ¡Ya se lo he dicho! ¡Los mechinales!
- Lo más parecido que tengo es esta grulla.

Era un infierno de mosquitos conmovidos el que ovacionó mi respuesta, pero nada más en aquella desértica isla pareció apreciar nada, por mucha brillantez que pudiese asomarse de mi réplica.

- ¡Un ángulo recto! ¡Tienen que formar un angulo recto en esta pared! ¡Respete usted la simetría! ¡Disponga los mechinales correctamente! ¡Los mechinales!

Pero la única pared disponible era mi blanca espalda recién pintada a lengüetadas de sol y jazz. Algún arbusto había jugueteado con ella, alguna uña la había cobijado, alguno de mis aliados mosquitos se había detenido a beber, pero las leyes de supervivencia exigían ahora aquel sacrificio extremo, y la voz del poderoso entre poderosos proclamaba.

-¡Vamos! ¡Los mechinales!

Y ahora los vidrios mostraban su fracaso. Y las olas dejaban de salirse de su mar. Y todo lo que algún día quise no era más que un experimento fallido, y todas las palabras tenían un solo y evidente significado, y se tomó la decisión de que ya había suficiente música, suficientes sonrisas, y quedó terminantemente prohibido tropezar o hacer equilibrios. Tanteando el terreno, quise rebelarme, simulé un malentendido, un juego de palabras, un resbalón, un cumpleaños, un teatro, pero sin duda todo aquello estaba a contrabarranca. Era cierto, lo único que se necesitaba era

-¡Los mechinales!

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