Thursday, October 19, 2006

Virus

LLevo todo un mes siendo víctima de algún virus testarudo. Su madre dice que la constancia y la perseverancia son sus mayores virtudes. Yo digo que es un pelmazo. Apenas he conseguido que se marche, espantándolo con medicamentos de sabores horrendos, aparece entrándome en cualquier bocanada, con alguna ráfaga de aire frío.
Su labor comienza por unos pequeños estornudos. Pequeños, pero sentidos, casi diría que apasionados, estornudados con el empeño inquebrantable de toda mi fosa nasal. Su sonido es semejante al que oyó el forajido oculto tras una roca cuando una bala del cazarrecompensas le pasó zumbando la oreja. Esto hace mucha gracia a mis amigos, que no desaprovechan la oportunidad de estirar sus dedos índice y pulgar, simulando una pistola, y fingiendo que disparan cada uno de mis estornudos.
Más adelante, comienza el dolor de garganta. En el dolor de garganta no hay prodigio ni grandeza. Es un dolor, y es una garganta. La culpa es mía, por tener que tragar saliva, por empeñarme en alimentarme, en que pase algún líquido por ese desfiladero pedregoso. Lo peor es la cantidad de palabras que se acumulan en los estrechos, que se estancan y rayan el embaldosado si llegan a filtrarse.
Y finalmente, esta tos, o sea, todos mis órganos vitales protestando en su peculiar idioma. Ya no trato de aparentar poniendo la mano delante, lo toso a conciencia, con la lengua de fuera, llenando el aire de los vástagos de mi virus, porque me gusta compartirlo todo con ustedes. Lo que me preocupa de esta tos tan sincera, es que cuando imparto mis clases de inglés, mis alumnos me malinterpreten, y cuando llegue la hora de expresarse en la lengua de Shakespeare lo hagan con tosidos y estornudos, lo cual, como todo el mundo sabe, no sería muy correcto inglés.

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