La Montaña de Imán

Ojalá fuera dadaísta, o tartamudo. Ojalá alguien me recordara el nombre de ese movimiento que me engloba, me descubriera a la generación que me acoge. Todo sería más sencillo si cada una de mis frases fuera endecasílaba, tal vez de ese modo me uniría al club mundial de endecasilabadores. Hasta preferiría hacer del silencio mi santo y seña, y "no comments" el título de este blog, llenarlo de imágenes y canciones, no escribir nada más, alumbrarlo con lágrimas, o con dientes, o con lametones, o con huellas dactilares. A veces me hago el distraído, rebusco entre los libros, veo la tele, hablo por teléfono, mientras me prometo a mí mismo: "hoy no escribiré nada en el blog". Sin embargo, al final, siempre acabo inventándome una poderosa razón para escribir. Tarde o temprano, siempre acabo aquí, con alguna excusa incoherente, y empiezo a pensar que escribo no porque lo quiera yo, sino porque es el blog mismo quien lo quiere.
Había una leyenda de una montaña de imán, que atraía a los barcos que pasaban, arrancándoles todo su herraje, mientras los marineros se ahogaban, desesperados. Aquellos que sobrevivían y llegaban a la isla, contaban las maravillas que vivieron en esa montaña magnética. Y aquí estoy yo, tratando de nadar hacia donde pueda, bajo la atracción de este magnetizado invento.