Oh Sweet Nothing
Gran fiesta y borrachera para celebrarlo. Rebosó euforia e incredulidad hasta contagiar a todo el mundo que lo rodeaba. Allí estaban todos con él, felicitándolo, alegrándose por su éxito, a pesar de que ellos no lo habían logrado. Después de todos esos años de biblioteca, de tragarse sus propios hígados de tanto madrugar y tantas horas frente a los libros, por fin ÉL lo había conseguido. Quizás se sentía un poco culpable, porque quizás había tenido un poquito más de suerte que los demás, porque sabía que en el fondo alguno de sus amigos se había esforzado un poquito más que él...
Pero él era el héroe, y si él había ganado, la victoria era de todo el equipo. En la siguiente convocatoria vais vosotros, les decía, casi con lágrimas en los ojos. Atrás quedaban ya todos esos nervios, todas esas palabras que tanto había odiado: práctico, temas, encerrona...
Tomó posesión de su plaza, y durante un año trató de adaptarse a su nuevo trabajo e intentar hacer de él su rutina. De vez en cuando, seguía viendo a sus compañeros de fatigas opositoras, que seguían conspirando en la biblioteca en busca de sus pasos. Les daba ánimos, un poco sucios de condescendencia, con una confusa mezcla de alivio y nostalgia.
Cuando recibió el aviso se echó a reir. Miembro del tribunal para las próximas oposiciones. Pero pronto lo lloraría todo. Por delante de él pasaron sus amigos, tratando de comunicarle ideas con las que un día estuvo embotellado. Sudores fríos de ida y vuelta. Alguno le sostuvo una mirada de complicidad que le llenó de pavor. Era como verse a sí mismo intentando convencerse de que yo soy igual a yo mismo. Qué frustrante ver todos esos espectáculos, no tan diferente del suyo propio un año antes, que sin embargo estaban condenados a la nada.
Qué fraude soy, pensó. Qué fraude es todo.
En los días que siguieron recibió mil llamadas a las que la vergüenza no le permitió responder. El curso siguiente comenzó de la misma manera que acabó el anterior. Alguna vez pensó que quizás podría pasarse por la biblioteca para dar algún ánimo esporádico, pero jamás volvió a hacerlo.
Pero él era el héroe, y si él había ganado, la victoria era de todo el equipo. En la siguiente convocatoria vais vosotros, les decía, casi con lágrimas en los ojos. Atrás quedaban ya todos esos nervios, todas esas palabras que tanto había odiado: práctico, temas, encerrona...
Tomó posesión de su plaza, y durante un año trató de adaptarse a su nuevo trabajo e intentar hacer de él su rutina. De vez en cuando, seguía viendo a sus compañeros de fatigas opositoras, que seguían conspirando en la biblioteca en busca de sus pasos. Les daba ánimos, un poco sucios de condescendencia, con una confusa mezcla de alivio y nostalgia.
Cuando recibió el aviso se echó a reir. Miembro del tribunal para las próximas oposiciones. Pero pronto lo lloraría todo. Por delante de él pasaron sus amigos, tratando de comunicarle ideas con las que un día estuvo embotellado. Sudores fríos de ida y vuelta. Alguno le sostuvo una mirada de complicidad que le llenó de pavor. Era como verse a sí mismo intentando convencerse de que yo soy igual a yo mismo. Qué frustrante ver todos esos espectáculos, no tan diferente del suyo propio un año antes, que sin embargo estaban condenados a la nada.
Qué fraude soy, pensó. Qué fraude es todo.
En los días que siguieron recibió mil llamadas a las que la vergüenza no le permitió responder. El curso siguiente comenzó de la misma manera que acabó el anterior. Alguna vez pensó que quizás podría pasarse por la biblioteca para dar algún ánimo esporádico, pero jamás volvió a hacerlo.
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