Constancias

Hoy, 18 de abril de 2007, quiero dejar constancia de varias cosas. En primer lugar, aunque haya sido por primera vez, hoy he sido el más listo en el trabajo. Puse cara de muy ocupado, de muy estresado y de no me molesten. Comencé a caminar los pasillos de aquí para allá, llevando libros de un lado a otro sin mucho sentido pero con mucha urgencia. Soplaba y resoplaba. Cuando logré tener los suficientes testigos de mi enajenación, pasé a la acción verdadera. Una ventana abierta, pies para que os quiero, y en unos segundos estaba huyendo de allí. Nadie se daría cuenta. Había soplado y resoplado tanto que en todas partes había dejado el aliento suficiente para confirmar mi constante presencia a pesar de mi ausencia. Mi ardid funcionó tan bien que incluso esa presencia fantasmagórica de la que os hablo estaba sorprendida.
Así pues, yo no estaba allí. Estaba camino de la playa, y eso es lo siguiente de lo que quiero dejar constancia en el día de hoy. Día de verano en el mes de abril, así que mi trama está plenamente justificada. La playa de Punta Penencia es mi playa, y allí ya estaba aparcando el coche. Pero lo que debo confesar es que en todo esto se guarda un secreto. Ésa no es la playa. Me marcho a la Otra Playa. Algunos la llaman Lume Bo, y es la playa nudista que hay al lado de la de Penencia. Dejo constancia de que ésa sí es Mi Playa. Para llegar a ella, hay que subir el monte de Penencia y tomar un estrecho sendero. Este sendero está seriamente flanqueado por rocas a un lado y precipicio al otro. Es tan estrecho que mejor será no cruzarse con nadie, o uno tendrá que apretarse contra las rocas y otro tendrá que jugarse el pellejo contra el vacío. La vista es espectacular desde allí. Quizás un poco demasiado vertical para mi gusto y mi vértigo, pero desde luego alucinante la exhibición del mar con su azote constante y las rocas con su empecinada resistencia. De todas maneras, el sendero ha de caminarse y con mucho ojo, pues cualquier tropezón es definitivo. Por si fuera poco, montones de piedras y rocas se levantan en medio del camino, aderezado por toxos, silveiras y demás pinchos típicos de la flora gallega. La fauna de este fantástico acceso a mi playa tampoco está mal. Lagartos y lagartijas te saltan a los pies, ávidas abejas zumban tras las orejas y los más salvajes y concurridos hormigueros se presentan para dar la bienvenida. El descenso consiste en un pequeño curso de montañismo, usar un poco el sentido arácnido y clavar las uñas en la roca para finalmente poder pisar arena. En fin, lo que quería decir y de una vez por todas dejar constancia es de que si un día desaparezco o dejo de escribir este blog, muy probablemente me habré caído por estos acantilados, o me habrán devorado los reptiles, o ambas cosas.
Pero una vez en la playa, es el paraíso. Y quiero dejar constancia de una cosa: hoy estaba YO SOLO en la playa en un día de verano, 18 de abril. Me quité toda la ropa, extendí mi toalla, y respiré. Sol. Mar. Aire. Y un libro de poesía de Idea Vilariño. Toda la calma de mi espíritu se concentró en una sonrisa que acabé por manifestar, pues era del todo merecida. Y en un instante, me dormí. Y en otro instante me desperté, y me puse de pie de un salto, y di otro salto, y corrí, y grité, y di tres vueltas de campana, y sí, y otra vez sí, y bueno, vamos, vamos, porque allí estaba el mar, con un par, joder con el Océano Glaciar Atlántico, pero qué importa, me inundo, me congelo, aúllo de placer, las olas me tumban o yo las tumbo a ellas, dios qué gusto. Me senté, dejé que el sol me secara, leí un par de poemas, me levanté, me estiré, canté una canción, sentí que el sol ya me había chamuscado los hombros, buen trabajo, sol. Por supuesto luego hubo que combatirse el camino de vuelta contra escarpadas rocas, toxos salvaxes, hormigueros, aligators, vértigos y trasnos, pero de lo que de veras quería dejar constancia en el día de hoy, es de que... vaya, de que estoy VIVO, coño.