Reflejos de un día de lluvia.

Hoy ha vuelto a llover. No me gustó nada eso de levantarme a las siete y media y que estuviese lloviendo. Entré en el cuarto de baño pensando que en cuanto pudiera me quejaría ante la primera persona que pasase.
Recordé la última vez que había llovido. Había llovido mucho. Hasta se habían inundado algunas calles. Eran las doce de la noche, cuando mi abuela, asomada a su ventana, pudo ver cómo se inundaba la tienda de ropa deportiva que hay frente a su casa. La verdad es que sólo lo vio ella, pues en realidad lo que estaba sucediendo es que un gran charco que había en la calle se reflejaba en el cristal del escaparate de la tienda, creando la impresión de que toda esa agua estaba en el interior. "Qué manera de llover", pensó mi abuela, que inmediatamente llamó a mi padre para decirle que la tienda de ropa de enfrente estaba inundándose, y que llamase al propietario si sabía su número. Mi padre, dicho y hecho, llamó al dueño, y éste, alarmado, salió de su casa en medio de la lluvia, pasadas las doce de la noche, dispuesto a llamar a los bomberos, a la compañía de seguros y a un equipo de buceo. Mientras tanto, mi abuela, todavía asomada a la ventana, veía flotar en el interior de la tienda zapatillas deportivas, bañadores, chandals... Por eso no sé quién estaba más perplejo, si el dueño de la tienda, que cuando llegó no vio nada anormal en el interior de su negocio, o mi abuela, que lo veía tan tranquilo con la inundación que tenía ante sus narices. Finalmente el propietario se marchó a casa con síntomas de alivio e incredulidad pensando que mi padre era un auténtico bromista.
El caso es, como iba diciendo, que cuando esta mañana entré en el cuarto de baño con toda la indignación que me provocaba el escuchar llover, y me miré en el espejo, y me vi más gordo, y más feo, y más murciélago, recordé que no hay que hacer mucho caso de los reflejos en los días de lluvia.