Me pongo en duda.
Me pongo en duda, dejándome arrastrar exageradamente inmóvil por paréntesis mecánicos. Me supongo terrible, silenciosos mis adentros, y mi hábitat ya es un ruido, un bozal de ideas que se anulan, que me vuelven paradoja de amígdalas cosidas. Tanto me aprieto mis tirantes, me ciño mi sonrisa para proponer escepticismos, que mis ojos son macabros y asimétricos, vacíos de anticongelante, llenos de indiferencia que confundo con cierta felicidad matizada. Así podría pasarme todo el día, acechando tras la escoba del hombre-pájaro, vomitando excusas pegajosas, llenando los muebles de sarcasmo desinflado por cansancio de gritar loco que soy, que sí que soy, de oír loco mi eco que no.
Pero una verdad a tiempo no funciona, no causa mayor efecto que una simple boutade.
Giro en hipérbole de confesiones diplomáticas, paráfrasis bastardas, me abro críptico e insólito, dejando ocultas las puertas, tambaleándome por la débil línea que separa la caída del golpe. Eso sí, se aceptan todas mis solicitudes cubiertas con los eufemismos más punzantes, me defino sólo por comparación o como sedas de Loretta Young, y busco el camino más largo hacia lo inefable, intentando siempre que mi cuerpo no me deje ver el bosque.
Y en efecto, mi dedo marca cierto ritmo descompasado y decadente, como el del avestruz, pero todo es tan insignificante que el fervor se persigue a sí mismo, se penetra y pulveriza, se traslada al tic-tac de mi anular, flirteando sobre la estela que dejan unas dudas arrastrándose apesadumbradas. Pero al menos, aunque falten coordenadas,los destinos sean inciertos y me avergüencen mis teoremas, muy flagrante habría de ser el defecto de forma para evitar que mi sentencia me conduzca nuevamente al dulce engaño de tomar mi indigestión por un orgasmo.
Pero una verdad a tiempo no funciona, no causa mayor efecto que una simple boutade.
Giro en hipérbole de confesiones diplomáticas, paráfrasis bastardas, me abro críptico e insólito, dejando ocultas las puertas, tambaleándome por la débil línea que separa la caída del golpe. Eso sí, se aceptan todas mis solicitudes cubiertas con los eufemismos más punzantes, me defino sólo por comparación o como sedas de Loretta Young, y busco el camino más largo hacia lo inefable, intentando siempre que mi cuerpo no me deje ver el bosque.
Y en efecto, mi dedo marca cierto ritmo descompasado y decadente, como el del avestruz, pero todo es tan insignificante que el fervor se persigue a sí mismo, se penetra y pulveriza, se traslada al tic-tac de mi anular, flirteando sobre la estela que dejan unas dudas arrastrándose apesadumbradas. Pero al menos, aunque falten coordenadas,los destinos sean inciertos y me avergüencen mis teoremas, muy flagrante habría de ser el defecto de forma para evitar que mi sentencia me conduzca nuevamente al dulce engaño de tomar mi indigestión por un orgasmo.
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