Guaranito
Tengo un sueño absurdo y pegajoso en el que me lanzo a una piscina llena de coca-cola. Por eso creo que no fue del todo casual que el otro día una camarera accidentalmente derramase un vaso con 33 cl. de coca-cola por encima de mí. Fue un intento estrafalario de las leyes del caos para que mis sueños se hagan realidad. Nada tengo que reprocharle a la pobre camarera, una inconsciente pieza del engranaje de lo inexplicable. Después de los mil perdones de la
ruborizda camarera, me sirvieron otra coca-cola para finalmente estar lleno del azucarado brebaje tanto por dentro como por fuera.
Confieso mi adicción. A veces es simplemente un acto reflejo y me bebo coca-colas inconscientemente, como pestañear. También resulta a veces imprescindible para paliar ese cansancio mío (que se llama Bob, por cierto), aunque últimamente ni la coca-cola es suficiente y me he pasado al Red Bull, así que me temo que pronto comenzaré a utilizar otras substancias. De todos modos, sin coca-cola muchas veces me niego a realizar ninguna actividad que el día requiere, eso de dar clases, relacionarme con mi entorno y seres queridos, caminar, respirar... Sin coca-cola no soy persona.
Una vez fui infiel. Una vez sola, pero desde entonces no dejo de pensar en ello, y de maquinar la manera de repetirlo. Y no hablo de cochinadas como tomar pepsi, puagh. Lo de aquel día sucedió en Lugo, en un pub llamado La Candonga, un lugar acogedor que siempre me aporta buenos momentos de intimidad, interesantes conversaciones en buena compañía y buena música. Entonces apareció, en mi vaso, por sorpresa, como surgido de algún exótico lugar. GUARANITO. Era algo nuevo, refrescantemente seductor, me limpiaba el estómago de tanta burbuja imperialista, me susurraba al oído "comercio justo", me traía recuerdos de caramelos de la infancia... Fue una noche irrepetible, pero no he vuelto a encontrarme con otro Guaranito. La posesiva coca-cola todo lo abarca, me controla, me abusa, me inunda. Busco Guaranitos por las esquinas, pero una y otra vez es la coca-cola mi único remedio anti-modorra, anti-desidia, anti-bob.
Se buscan Guaranitos. Cien mil o un millón yo pagaré.
ruborizda camarera, me sirvieron otra coca-cola para finalmente estar lleno del azucarado brebaje tanto por dentro como por fuera.
Confieso mi adicción. A veces es simplemente un acto reflejo y me bebo coca-colas inconscientemente, como pestañear. También resulta a veces imprescindible para paliar ese cansancio mío (que se llama Bob, por cierto), aunque últimamente ni la coca-cola es suficiente y me he pasado al Red Bull, así que me temo que pronto comenzaré a utilizar otras substancias. De todos modos, sin coca-cola muchas veces me niego a realizar ninguna actividad que el día requiere, eso de dar clases, relacionarme con mi entorno y seres queridos, caminar, respirar... Sin coca-cola no soy persona.
Una vez fui infiel. Una vez sola, pero desde entonces no dejo de pensar en ello, y de maquinar la manera de repetirlo. Y no hablo de cochinadas como tomar pepsi, puagh. Lo de aquel día sucedió en Lugo, en un pub llamado La Candonga, un lugar acogedor que siempre me aporta buenos momentos de intimidad, interesantes conversaciones en buena compañía y buena música. Entonces apareció, en mi vaso, por sorpresa, como surgido de algún exótico lugar. GUARANITO. Era algo nuevo, refrescantemente seductor, me limpiaba el estómago de tanta burbuja imperialista, me susurraba al oído "comercio justo", me traía recuerdos de caramelos de la infancia... Fue una noche irrepetible, pero no he vuelto a encontrarme con otro Guaranito. La posesiva coca-cola todo lo abarca, me controla, me abusa, me inunda. Busco Guaranitos por las esquinas, pero una y otra vez es la coca-cola mi único remedio anti-modorra, anti-desidia, anti-bob.
Se buscan Guaranitos. Cien mil o un millón yo pagaré.
Labels: enfermedad, secretos de confesión
1 Comments:
En intermon tienen, puedes mirar ahí si quieres repetir.
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