Todos los Westerns Son Iguales (Odio a John Wayne)
Odio a John Wayne. Siempre fue un pésimo actor, supongo que en eso estaremos todos de acuerdo. Era incapaz de salirse de su eterno registro de duro vaquero desencantado, con su andar cansino, con su pañuelo azul en el cuello, sombrero tejano, y dos revólveres escoltando su barriga de avanzada edad. Sus películas nunca lograron despertar en mí ningún tipo de emoción, a decir verdad me aburrían bastante. Pero ése no es el verdadero motivo de que lo odie. Si su imagen logra causarme aversión, ya no sé hasta qué punto es culpa del propio John Wayne con sus interpretaciones, sus andares y actitudes, sus caballos y pistolas, o es quizá culpa de un cúmulo de circunstancias incomprensibles sumadas a mi tozudez, o a los malentendidos, o al cine en general.
Todo empezó cuando Sonia, mi novia por aquel entonces, insistió en que fuésemos a ver una película de John Ford en la Filmoteca del Fórum. Era “Centauros del desierto”. John Wayne la protagonizaba.
-¿Un western?- dije yo, lleno de escepticismo.
-Un western- volví a decir al salir del cine absolutamente derrotado por una película demasiado larga que no me había interesado lo más mínimo. Sonia veía la película por tercera vez y no podía creer que yo no estuviese entusiasmado por semejante obra maestra.
-Un western...- repetía yo a modo de justificación. Fue por ello que Sonia decidió insistir. Adoptó como misión en su vida el que a mí me gustasen los westerns, alegando que si no los apreciaba era porque llevaba conmigo ciertos prejuicios e ideas preconcebidas sobre ellos, pero que una vez libre de todos estos malos pensamientos podría disfrutar en plenitud del género cinematográfico más noble, poético y conmovedor.
Insistió con varias películas de los dos Johns, Ford y Wayne. Después nos pasamos a otros directores y actores, y tragué vaqueradas de gente cuyo nombre no recuerdo. Vi películas en las que el vaquero era James Stewart, Charlton Heston, o Robert Mitchum. Vi caballos, disparos y estrellas del sheriff. Vi indios, whisky y cactus en el desierto. Y no podía soportarlo. De repente Sonia se había convertido en mi torturadora; por todas partes veía hombres a caballo, cada persona que veía por la calle me daba la impresión de que llevaba un revólver con el que me iba a disparar al confundirme con un piel roja, y en mis sueños aparecía John Wayne apuntándome con su arma y riéndose de mí, como un grotesco fantasma empeñado en atormentarme. LLegó el punto en que me daba la impresión de que cualquier actor, fuera el que fuera, en realidad no hacía otra cosa más que imitar a John Wayne.
Sonia comentaba cada película a la salida del cine, de la que yo salía aburrido, triste y cada vez más espantado. Hablaba de películas de mirada crepuscular, de análisis de la soledad, de alegatos contra la injusticia, de sobrias y agudas reflexiones sobre la violencia. Y no era que yo discrepase con los análisis que ella hacía, incluso a veces podía intuir que tenía razón, pero.... era el desierto, eran los caballos, eran los revólveres, era esa música épica, era el omnipresente careto de John Wayne lo que me sacaba de quicio y me dejaba incapaz de analizar nada. Siempre me parecía la misma historia, los mismos tópicos, la misma película una y otra vez. Así pasaron docenas y docenas de películas. Sonia veía que yo no hacía progresos, creía que el western seguía dejándome indiferente, pero no veía hasta qué punto yo estaba sufriendo. Y ella no cejaba en su empeño; seguíamos entrando en la Filmoteca del Fórum, viendo películas que ya tengo confundidas en el cerebro en un maremágnum de actores a caballo que acaban confundiéndose en la imagen de un solo hombre: John Wayne. Vi películas de Gary Cooper, de Burt Lancaster, de Paul Newman, de Clint Eastwood... actores que no eran más que John Wayne para mí.
Hasta que un día todo acabó. Salimos de la sala tras ver “El hombre que mató a Liberty Valance” que no fue otro que John Wayne, al que acompañaban James Stewart y Lee Marvin, dirigidos por John Ford. Quizás sea una buena película (eso he oído decir), pero no para mí aquel día, en el que el rostro acartonado de Mr Wayne me obsesionaba y corrompía mi salud. Sonia comenzó como siempre su lección, explicando las razones por las que debería rendirme ante otra nueva obra maestra. Yo ya no escuchaba. El sol golpeaba con fuerza aquella noche, y mientras caminábamos por el desierto acercándonos a las montañas rocosas, yo pensaba en lo mucho que me apetecería ver una comedia.
-El personaje de James Stewart simboliza la civilización, mientras que el de John Wayne encarna el mundo...
Al entrar en el desfiladero las palabras de Sonia empezaron a ser respondidas por el eco. Agudicé mis sentidos. Mi instinto me dicía que no estábamos del todo seguros en aquel lugar. Me detuve. Miré a mi alrededor. Nada. De pronto dije:
-Sonia, me apetece ver una comedia.
-El western también tiene aspectos cómicos- contestó ella. –Pensé que te habías dado cuenta de ello.
El silencio en aquel lugar era sobrecogedor. Sobre nuestras espaldas podía sentir el peso de cientos de miradas procedentes de las rocas. En cualquier momento podíamos ser atacados.
-Sonia, corremos peligro. Los indios nos acechan.
-¿Qué?
-Escucha. ¿Ves algo tras aquella roca?
Los ojos de Sonia pasaron de la sorpresa a la decepción.
-Creo que capto la indirecta- dijo, entornando los ojos. Una flecha pasó rozándome la oreja. -¿Ni siquiera te gustó la película de hoy? ¿O “Río Bravo”?
-¿”Río Bravo”?- dije desenfundando mi pistola nerviosamente, -no estoy seguro, creo que la confundo con otra de otro río.... ¿sale John Wayne?
Sonia y yo nos resguardamos tras un pedrusco. Los indios comenzaban sus cantos de guerra.
-Mañana dan “La pasión de los fuertes”. Supongo que no querrás ir, ¿no?- dijo con desencanto.
-¿”La pasión de los fuertes”? –dije confundido, ¿no....no la vimos ya el viernes?
-El viernes vimos “Grupo salvaje”. No tiene nada que ver. Son películas completamente distintas.
El sol empezaba a ponerse. Cientos de flechas volaban afiladas hacia nosotros. Entonces dije la frase:
-Todos los westerns son iguales.
Ese fue el comienzo de nuestro distanciamiento. Cuando le dije que John Wayne se me hacía insoportable, ella se sintió la persona más decepcionada del mundo. Su misión había fracasado. Todas sus explicaciones no habían servido de nada, todos sus esfuerzos habían sido inútiles. Me dijo que sentía que estaba con una persona insensible que no era capaz de apreciar la poesía del western. Yo le respondí que así era. Poco a poco nuestra relación fue en declive hasta que por fin dejamos de vernos. Ahora cada vez que veo por la tele a John Wayne tengo la extraña sensación de ver a un viejo amigo que me robó la novia. Tengo motivos para odiarlo.
Todo empezó cuando Sonia, mi novia por aquel entonces, insistió en que fuésemos a ver una película de John Ford en la Filmoteca del Fórum. Era “Centauros del desierto”. John Wayne la protagonizaba.
-¿Un western?- dije yo, lleno de escepticismo.
-Un western- volví a decir al salir del cine absolutamente derrotado por una película demasiado larga que no me había interesado lo más mínimo. Sonia veía la película por tercera vez y no podía creer que yo no estuviese entusiasmado por semejante obra maestra.
-Un western...- repetía yo a modo de justificación. Fue por ello que Sonia decidió insistir. Adoptó como misión en su vida el que a mí me gustasen los westerns, alegando que si no los apreciaba era porque llevaba conmigo ciertos prejuicios e ideas preconcebidas sobre ellos, pero que una vez libre de todos estos malos pensamientos podría disfrutar en plenitud del género cinematográfico más noble, poético y conmovedor.
Insistió con varias películas de los dos Johns, Ford y Wayne. Después nos pasamos a otros directores y actores, y tragué vaqueradas de gente cuyo nombre no recuerdo. Vi películas en las que el vaquero era James Stewart, Charlton Heston, o Robert Mitchum. Vi caballos, disparos y estrellas del sheriff. Vi indios, whisky y cactus en el desierto. Y no podía soportarlo. De repente Sonia se había convertido en mi torturadora; por todas partes veía hombres a caballo, cada persona que veía por la calle me daba la impresión de que llevaba un revólver con el que me iba a disparar al confundirme con un piel roja, y en mis sueños aparecía John Wayne apuntándome con su arma y riéndose de mí, como un grotesco fantasma empeñado en atormentarme. LLegó el punto en que me daba la impresión de que cualquier actor, fuera el que fuera, en realidad no hacía otra cosa más que imitar a John Wayne.
Sonia comentaba cada película a la salida del cine, de la que yo salía aburrido, triste y cada vez más espantado. Hablaba de películas de mirada crepuscular, de análisis de la soledad, de alegatos contra la injusticia, de sobrias y agudas reflexiones sobre la violencia. Y no era que yo discrepase con los análisis que ella hacía, incluso a veces podía intuir que tenía razón, pero.... era el desierto, eran los caballos, eran los revólveres, era esa música épica, era el omnipresente careto de John Wayne lo que me sacaba de quicio y me dejaba incapaz de analizar nada. Siempre me parecía la misma historia, los mismos tópicos, la misma película una y otra vez. Así pasaron docenas y docenas de películas. Sonia veía que yo no hacía progresos, creía que el western seguía dejándome indiferente, pero no veía hasta qué punto yo estaba sufriendo. Y ella no cejaba en su empeño; seguíamos entrando en la Filmoteca del Fórum, viendo películas que ya tengo confundidas en el cerebro en un maremágnum de actores a caballo que acaban confundiéndose en la imagen de un solo hombre: John Wayne. Vi películas de Gary Cooper, de Burt Lancaster, de Paul Newman, de Clint Eastwood... actores que no eran más que John Wayne para mí.
Hasta que un día todo acabó. Salimos de la sala tras ver “El hombre que mató a Liberty Valance” que no fue otro que John Wayne, al que acompañaban James Stewart y Lee Marvin, dirigidos por John Ford. Quizás sea una buena película (eso he oído decir), pero no para mí aquel día, en el que el rostro acartonado de Mr Wayne me obsesionaba y corrompía mi salud. Sonia comenzó como siempre su lección, explicando las razones por las que debería rendirme ante otra nueva obra maestra. Yo ya no escuchaba. El sol golpeaba con fuerza aquella noche, y mientras caminábamos por el desierto acercándonos a las montañas rocosas, yo pensaba en lo mucho que me apetecería ver una comedia.
-El personaje de James Stewart simboliza la civilización, mientras que el de John Wayne encarna el mundo...
Al entrar en el desfiladero las palabras de Sonia empezaron a ser respondidas por el eco. Agudicé mis sentidos. Mi instinto me dicía que no estábamos del todo seguros en aquel lugar. Me detuve. Miré a mi alrededor. Nada. De pronto dije:
-Sonia, me apetece ver una comedia.
-El western también tiene aspectos cómicos- contestó ella. –Pensé que te habías dado cuenta de ello.
El silencio en aquel lugar era sobrecogedor. Sobre nuestras espaldas podía sentir el peso de cientos de miradas procedentes de las rocas. En cualquier momento podíamos ser atacados.
-Sonia, corremos peligro. Los indios nos acechan.
-¿Qué?
-Escucha. ¿Ves algo tras aquella roca?
Los ojos de Sonia pasaron de la sorpresa a la decepción.
-Creo que capto la indirecta- dijo, entornando los ojos. Una flecha pasó rozándome la oreja. -¿Ni siquiera te gustó la película de hoy? ¿O “Río Bravo”?
-¿”Río Bravo”?- dije desenfundando mi pistola nerviosamente, -no estoy seguro, creo que la confundo con otra de otro río.... ¿sale John Wayne?
Sonia y yo nos resguardamos tras un pedrusco. Los indios comenzaban sus cantos de guerra.
-Mañana dan “La pasión de los fuertes”. Supongo que no querrás ir, ¿no?- dijo con desencanto.
-¿”La pasión de los fuertes”? –dije confundido, ¿no....no la vimos ya el viernes?
-El viernes vimos “Grupo salvaje”. No tiene nada que ver. Son películas completamente distintas.
El sol empezaba a ponerse. Cientos de flechas volaban afiladas hacia nosotros. Entonces dije la frase:
-Todos los westerns son iguales.
Ese fue el comienzo de nuestro distanciamiento. Cuando le dije que John Wayne se me hacía insoportable, ella se sintió la persona más decepcionada del mundo. Su misión había fracasado. Todas sus explicaciones no habían servido de nada, todos sus esfuerzos habían sido inútiles. Me dijo que sentía que estaba con una persona insensible que no era capaz de apreciar la poesía del western. Yo le respondí que así era. Poco a poco nuestra relación fue en declive hasta que por fin dejamos de vernos. Ahora cada vez que veo por la tele a John Wayne tengo la extraña sensación de ver a un viejo amigo que me robó la novia. Tengo motivos para odiarlo.
3 Comments:
Jo! Yo es que hace años fui a California. Iba al campus de Irvine y me dijeron que pillara billete para el aeropuerto de Santa Ana, o aeropuerto del Orange County...
¡Lo que no me dijeron es que su nombre oficial es el John Wayne Airport! Tengo un par de fotos de su estatua en bronce que igual te gustan ;-)
su anónima servidora, hasta que me decida a pasar a beta :-)
Con que John Wayne te robó la novia eh... a mí Groucho Marx me robó la cartera... pero creo que hablamos de cosas distintas...
Creo que debería añadir que cualquier parecido con la realidad es pura coincidencia. La verdad es que me encantan los westerns. Bueno, John Wayne ni fu ni fa...
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