Pink Floyd
Éste era Pink Floyd, el gato de mi abuela. En realidad, debería decir, para ser más apropiado, el gato que vivía con mi abuela, pues Pink Floyd no era de nadie más que de sí mismo. Como buen felino, se sentía absoultamente libre para hacer lo que le viniera en gana, y en ningún momento daba la impresión de que quisiera depender de ninguno de nosotros. Mi abuela le echaba la comida, pero él decidía si la comía o no. Comida para gatos ni hablar. Lo suyo era el pollo con arroz.
Se relacionaba, eso sí. Lo llamabas, "pinfloyciño, ven aquí", y él se rozaba con las piernas de todo el mundo, buscaba cierto cariño y caricias con sus ronroneos, pero en cualquier momento se largaba y simplemente te ignoraba todo el día. Este modo de comportarse, esta libertad gatuna me llamó siempre la atención muchísimo, y a mis quince años ya había decidido que a mí también me gustaría ser así (en fin, ¿qué demonios se puede esperar de mí si mi referente de comportamiento en mi adolescencia era un gato?).
A mi abuela la sacaba de quicio constantemente, pero yo siempre trataba de justificar a mi ídolo en todo lo que hacía. Muchas veces saltaba a la mesilla del teléfono y lo descolgaba con la pata. Así por las buenas. Mi abuela se enfadaba.
- Pero a ver, ¿por qué demonios tiene que descolgar el teléfono el condenado del gato?
- Bueno -decía yo,- pues porque iba a llamar a una gata... pero se lo pensó mejor. Que llame ella.
Le encantaba jugar a esconderse debajo de la cama, y en cuanto alguien se acercaba, saltaba a sus pies, y huía corriendo. No hacía daño, pero daba un buen susto.
- ¡Este gato está loco! -gritaba mi abuela.
- Eh, que entró limpiamente, fue al balón -contestaba yo.
Cierto día desapareció un ovillo de lana. Cuando nos dimos cuenta de que sobresalía un hilillo de la boca del gato, lo vimos claro. Comenzamos a tirar de él hasta que salió el ovillo completo.
- Pobre, tendría frío por dentro.
Dos veces aterrizó en la calle desde el tercer piso de la casa. La primera vez no se le abrió el paracaídas. Seguro que se hizo daño, pero no le ocurrió nada. La segunda vez sin duda lo hizo por la sensación adrenalínica que sintió la primera. Sopesó los pros y los contras, las vidas que todavía le quedaban, y saltó, a pelo. Esta vez rompió una pata y sangró por la boca. Hubo que escayolarlo, pero me di cuenta por su mirada de que pensaba que había valido la pena.
Nos entendíamos. No olvidaré aquella vez, poco antes de que mi abuela decidiera deshacerse de él, en que me contemplaba desde la puerta de mi habitación, mientras yo estudiaba para un examen de Física. Yo odiaba la Física, y para ser sinceros, tenía todas las papeletas para suspender ese examen. Pink Floyd me miraba como con lástima. En un momento me levanté a hacer mis necesidades, y él aprovechó para hacer las suyas en mis apuntes de Física. Nadie había hecho semejante cosa por mí jamás. Mi abuela puso el grito en el cielo, pero yo quise quitarle importancia...
- Puedo estudiar por el libro... -decía, mientras me disponía a ganarme ese 3,5 que me iban a poner en la Física de 2º de BUP.
Finalmente mi abuela se deshizo de él cuando Pink Floyd quiso dar su opinión sobre la cazadora de mi tío. La opinión que el gato tenía sobre esa cazadora era la misma que tenía sobre la Física de 2º de BUP, así que la expresó por completo por encima de ella. En fin, a la cazadora nunca se le fue el olor y mi abuela le hizo las maletas al gato. Siempre me pregunté por qué no le gustaba aquella cazadora. A mí la moda siempre me dio un poco igual.
Se relacionaba, eso sí. Lo llamabas, "pinfloyciño, ven aquí", y él se rozaba con las piernas de todo el mundo, buscaba cierto cariño y caricias con sus ronroneos, pero en cualquier momento se largaba y simplemente te ignoraba todo el día. Este modo de comportarse, esta libertad gatuna me llamó siempre la atención muchísimo, y a mis quince años ya había decidido que a mí también me gustaría ser así (en fin, ¿qué demonios se puede esperar de mí si mi referente de comportamiento en mi adolescencia era un gato?).
A mi abuela la sacaba de quicio constantemente, pero yo siempre trataba de justificar a mi ídolo en todo lo que hacía. Muchas veces saltaba a la mesilla del teléfono y lo descolgaba con la pata. Así por las buenas. Mi abuela se enfadaba.
- Pero a ver, ¿por qué demonios tiene que descolgar el teléfono el condenado del gato?
- Bueno -decía yo,- pues porque iba a llamar a una gata... pero se lo pensó mejor. Que llame ella.
Le encantaba jugar a esconderse debajo de la cama, y en cuanto alguien se acercaba, saltaba a sus pies, y huía corriendo. No hacía daño, pero daba un buen susto.
- ¡Este gato está loco! -gritaba mi abuela.
- Eh, que entró limpiamente, fue al balón -contestaba yo.
Cierto día desapareció un ovillo de lana. Cuando nos dimos cuenta de que sobresalía un hilillo de la boca del gato, lo vimos claro. Comenzamos a tirar de él hasta que salió el ovillo completo.
- Pobre, tendría frío por dentro.
Dos veces aterrizó en la calle desde el tercer piso de la casa. La primera vez no se le abrió el paracaídas. Seguro que se hizo daño, pero no le ocurrió nada. La segunda vez sin duda lo hizo por la sensación adrenalínica que sintió la primera. Sopesó los pros y los contras, las vidas que todavía le quedaban, y saltó, a pelo. Esta vez rompió una pata y sangró por la boca. Hubo que escayolarlo, pero me di cuenta por su mirada de que pensaba que había valido la pena.
Nos entendíamos. No olvidaré aquella vez, poco antes de que mi abuela decidiera deshacerse de él, en que me contemplaba desde la puerta de mi habitación, mientras yo estudiaba para un examen de Física. Yo odiaba la Física, y para ser sinceros, tenía todas las papeletas para suspender ese examen. Pink Floyd me miraba como con lástima. En un momento me levanté a hacer mis necesidades, y él aprovechó para hacer las suyas en mis apuntes de Física. Nadie había hecho semejante cosa por mí jamás. Mi abuela puso el grito en el cielo, pero yo quise quitarle importancia...
- Puedo estudiar por el libro... -decía, mientras me disponía a ganarme ese 3,5 que me iban a poner en la Física de 2º de BUP.
Finalmente mi abuela se deshizo de él cuando Pink Floyd quiso dar su opinión sobre la cazadora de mi tío. La opinión que el gato tenía sobre esa cazadora era la misma que tenía sobre la Física de 2º de BUP, así que la expresó por completo por encima de ella. En fin, a la cazadora nunca se le fue el olor y mi abuela le hizo las maletas al gato. Siempre me pregunté por qué no le gustaba aquella cazadora. A mí la moda siempre me dio un poco igual.
Labels: secretos de confesión
7 Comments:
mmm... bueno te escribo solo para reiterarte mis felicitaciones por tu pagina, de verdad es muy buena... me agrada bastante... aaah y de paso te deseo lo mejor para este año que comienza... bueno sin nada mas que decir me despido y que tengas un excelente dia...
Pamela...
Te estás retrotrayendo a tus 15 años con demasiada asiduidad (anicet, pinfloiciño...). Ten cuidado, que me temo que lo próximo pueda ser el tema corbatas y aún no has realizado tu acto de psicomagia pertinente.... El desretrotraedor que te desretrotraiga, buen desretrotraedor será.
Muchas gracias, Pamela, que tengas un feliz año tú también, te agradezco tus visitas y tus comentarios :-)
Los 15 es una edad fastidiada, es ahí donde te marcan las cosas. Si a mí me marcaron Lavodrama, Pink Floyd (el gato, no el grupo) y las corbatas, qué le voy a hacer. Prefiero no hablar de corbatas. Al menos de momento...
Creo recordar que con quince años una de las cosas que más te marcan es que te marquen goles. Sobre todo cuando te los hacen a decenas. Sobre todo cuando tu has logrado nueve.
Ahora, a unos y a otros, los goles nos los marca el tiempo.
Alguien debería escribir un relato sobre eso.
Con afecto y con nostalgia.
Feliz 2007
Un gato... ays... como propietaria (aunque estoy empezando a dudar si es ella la que nos posee...) de mi dulce Pulguita que ha venido a alegrar mi últimamente insulsa vida... no puedo más que solidarizarme con tu cariño hacia ese gato... esta ya se ha cobrado alguna víctima (la oveja del Belén ha pasado a una minusvalia permanente), pero la adoramos.
Feliz Año, mi pe-pedante favorito.
A ver, al que a menudo le dejábamos marcar el décimo, ten en cuenta que la memoria es muy selectiva... yo recuerdo mucha marrullería y juego sucio. Quizás eso me haya marcado mucho más, jeje.
Compañera de Lesseps, que sepas que yo seré un gato en la próxima vida. Bueno, si se puede elegir.
La memoria es selectiva sí...
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