Friday, July 20, 2007

Saltar torpemente

LLevo una semana soñando que vuelo. Qué raro, con el vértigo que tengo. Son sueños agradables y simpáticos, aunque tengo que practicar el aterrizaje. Lo malo es cuando la cruda realidad llega. Evidentemente, saltar torpemente no se parece en nada a las piruetas aéreas que realizo soñando. Porque sí, saltar torpemente es lo que suelo hacer últimamente, quizás con la oculta y absurda esperanza de emular mi gloria nocturna. El otro día ya hice bastante el ridículo jugando un partido de voley-playa. Más que saltar, a lo que me dedicaba era a hundir mis pies en la arena. "¡Son movedizas!", decía yo a modo de excusa. "Son 32 años", decía la cruda realidad. En fin, nada de vuelos en la playa, ni nada parecido.
Curiosamente, lo más parecido a un vuelo en la vida real sucedió el otro día cuando salté por encima de un ventilador. Sin haberlo previsto, me vi envuelto en la corriente de aire, giré sin control dentro de la inercia del vórtice, como Dorothy en el tornado, y finalmente la turbulencia me arrojó no en el reino de Oz, sino contra una puerta entreabierta que acabó por clavarme una arista a la altura de la rodilla, causándome una hermosa herida. Desde entonces, he dejado los saltos. Reservaré los vuelos para los sueños. He aprendido la lección: es mejor no saltar por encima de un ventilador. Es más, es mejor no saltar en ninguna circunstancia. Claro que ahora la herida ya la tengo. Es hora de salpimentarla.

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