Thursday, September 20, 2007

Sentido Sexto

Está bien, no puedo ocultar esto por más tiempo. He de confesarme de una vez por todas, tengo que proclamar por fin mi gran secreto o éste me causará una úlcera o un colapso en el eje de los engranajes de la conciencia. Supongo que muchos se han dado cuenta ya de ello, pero por fin lo confirmo: tengo un sexto sentido increíblemente desarrollado, algo así como un superpoder, y es que tengo una increíble facilidad para perderme en cualquier circunstancia. No me entiendan mal, no es que me falte el sentido de la orientación, es que tengo fantásticamente agudizado el sentido de la desorientación. Si estoy caminando por una calle recta, en seguida me parecerá que ya he pasado por ese lugar un minuto antes, y cambiaré de dirección, probablemente equivocadamente, hasta olvidar cuál era la dirección que había tomado en un principio (también es cuestionable el hecho de que cambie verdaderamente de dirección, quizás sólo amague con hacerlo, quizás cambie simplemente de sentido, quién lo sabe, quizás sólo vaya dando pasos hacia atrás). No hay manera de que llegue a un sitio por el camino más corto, todo sendero que me parece correcto se convertirá en un complejo laberinto que acabará por conducirme a un lugar desconocido del que no sabré salir. Puede que haya ido a un lugar miles de veces, no importa, jamás lograré orientarme de manera que mi trayecto sea diáfano y libre de contratiempos, dudas, pasos indecisos, erróneos.
Los mapas no me son de ayuda. Siempre me han parecido una descripción de la realidad muy poco fiel, nada realista. Miro el mapa, no me veo en él, no veo el cielo, no veo la cuesta arriba ni el semáforo. Para qué hablar de las brújulas, qué instrumentos más inútiles, menuda broma. Ojos, memoria, intuición, insistencias, azares, GPS, nada me ayudará a encontrar mi destino, por el contrario, todos los elementos que a los comunes humanos sirven para sobrevivir en el espacio y tiempo, a mí me sirven exclusivamente para aparecer en cualquier lugar inesperado, siempre a deshora, con esa mueca de resignada ofuscación en mi rostro que a ratos despierta la compasión de los demás, como la despierta un ciego cruzando la calle. Esta compasión hace que algún desconocido acabe por guiarme. En el fondo, siempre he dependido de la bondad de los desconocidos.

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1 Comments:

Blogger Don Serafín said...

Doy fe de todo ello

Friday, 21 September, 2007  

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