Friday, July 11, 2008

Me quiero casar con mi masajista (más allá de la tierra).

Al final de cada trimestre voy al spa a recibir un buen masaje. Hoy he vuelto. Estoy tan relajado que hasta me parece que las teclas que pulso al escribir son como guantes de seda que envuelven mis dedos, escogiendo ellas mismas cuál debe ser pulsada.
Entre la masajista y yo se ha creado un vínculo especial, bastante indescriptible y que reside únicamente en mi imaginación. Tanto es así que a estas alturas ni siquiera ya me avergüenza la típica megalómana inevitable erección. Ni a ella. Es una conexión pura, fácil. Jamás unas manos se deslizaron de manera tan elemental, casi diría que ancestral, por una espalda. Esas manos recorren mi torso con una precisión y un itinerario que sólo surge de mi cabeza. No tengo más que guiarlas, sólo pensarlo desde un escondrijo de mi adormilada neurona que comienza a estar más allá de la tierra (au delà de la terre), y las manos toman la ruta correcta. Ahora a la derecha, llego a meditar mínimamente, y la masajista tuerce a la derecha sin dudarlo. Creo que estoy enamorado de ella. Yo jamás digo nada, quizás al final, cuando ella me pregunta qué tal me ha sentado, yo llego a esbozar una sonrisa, y digo que estoy como nuevo, y eso es todo. Pero aún ahora, todavía siento sus manos en mi espalda, subiendo, bajando según mis necesidades. Le propondré matrimonio mañana mismo.

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