Soneto

Tengo que escribir un soneto, a mi pesar. No porque yo lo quiera, y desde luego no porque ningún insensato quiera leerlo. Es el propio soneto el que golpea con sus nudillos, para que lo deje salir. Lo sé, es completamente absurdo. Tan absurdo como decir en un momento dado que voy a dar a luz. Sé que podría esforzarme, podría utilizar mil trucos y mil ripios, podría plagiar a cualquier Shakespeare o Quevedo, incluso a mi esforzado útero (si tuviera uno). Seguro que no sería difícil. Al fin y al cabo, sólo son catorce versos, dos cuartetos y dos tercetos, tardaría una media hora, y total, nadie se daría cuenta. Y sin embargo, comprendan el pavor que me produce. Esos endecasílabos tan bien medidos, esa simetría, esa rima consonante, ese ORDEN TAN PRECISO me hace desconfiar. ¿Por qué escribirlo?
Lo escribiré, lo prometo. Porque todo es caótico. Porque sé que lo que define a un caos es en realidad la imprevisibilidad de un orden entre tic-tacs y paréntesis mecánicos y diáfanos, provocando la discontinuidad absoluta dentro del desorden. El loco más loco es el que sufre raptos de cordura.