Sé escribir (o no)
Siempre he escrito. Si abro ciertos cajones de mi habitación, saltan disparadas miles de palabras que he escrito durante años y años de tiempo libre, se desordenan por los suelos, trepan por las paredes, se adhieren al techo, desordenándose, perdiéndose fuera del contexto, burlándose de la coherencia, asociándose antigramiticalmente. A pesar de su poderoso significante fonético que se propaga por cada hueco de mi dormitorio, el tiempo ha banalizado su significado, y ya no estoy seguro de que nada de todo ese palabrerío me pertenezca más allá de lo que pueda reconocer. Me recuerda a eso que dicen de ciertas estrellas que vemos pero que en realidad se han ido de vacaciones.
He escrito mucho, confesiones y mentiras, a mano y a máquina, en verso y en prosa, para mí mismo y con intereses inconfesables. Y tanto, tanto he escrito, que ahora he de confesar que en verdad he escrito mucho más de lo que he leído. Como no puede ser de otra manera, eso conlleva un balance bastante pobre en cuanto a calidad de los escritos. Mi escritura suele estar en números rojos en lo que se refiere a la recurrencia temática, y en saldo negativo en estilo, con la tosquedad como exponente más importante.
Una vez escribí un cuento con el que gané un vale de cinco mil pesetas para gastar en libros. Canjeé el vale por un diccionario de francés que después utilicé para escribir un poema en dicho idioma con el cual gané un lote de libros que por supuesto no he leído. Exceptuando a éstos que logré engatusar con mis creaciones, mi manera de escribir no ha impresionado demasiado. De hecho, a algunas personas como mi abuela, les parece un disparate sin sentido y me aconsejan que no vuelva a escribir más.
Sin embargo, persisto con mi tozudez de juntar palabras, con la fortuna de haber encontrado esta silla frente a una pantalla que me permite buscar palabras con cierto don de la oportunidad (o del oportunismo), una llamativa foto que pueda disimular mis carencias o una canción que pueda confirmar lo que trato de decir.
He escrito mucho, confesiones y mentiras, a mano y a máquina, en verso y en prosa, para mí mismo y con intereses inconfesables. Y tanto, tanto he escrito, que ahora he de confesar que en verdad he escrito mucho más de lo que he leído. Como no puede ser de otra manera, eso conlleva un balance bastante pobre en cuanto a calidad de los escritos. Mi escritura suele estar en números rojos en lo que se refiere a la recurrencia temática, y en saldo negativo en estilo, con la tosquedad como exponente más importante.
Una vez escribí un cuento con el que gané un vale de cinco mil pesetas para gastar en libros. Canjeé el vale por un diccionario de francés que después utilicé para escribir un poema en dicho idioma con el cual gané un lote de libros que por supuesto no he leído. Exceptuando a éstos que logré engatusar con mis creaciones, mi manera de escribir no ha impresionado demasiado. De hecho, a algunas personas como mi abuela, les parece un disparate sin sentido y me aconsejan que no vuelva a escribir más.
Sin embargo, persisto con mi tozudez de juntar palabras, con la fortuna de haber encontrado esta silla frente a una pantalla que me permite buscar palabras con cierto don de la oportunidad (o del oportunismo), una llamativa foto que pueda disimular mis carencias o una canción que pueda confirmar lo que trato de decir.
Labels: palabras, pepedanterías
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