Dedo en la LLaga
Me encanta el dedo en la llaga. Voilà mi dedo, voilà mi llaga, yo mismo me lo preparo y me importuno. No tiene nada de especial una vez que se ha tomado esa costumbre. Se comienza descubriendo una pequeña brecha y poco a poco la uña escarba abriendo una fisura lo suficientemente importante para dar paso a la irritación y al escozor, y que éstos se expongan con cierto orgullo ante quien se aventure. Así me paso los domingos por la tarde, hurgando placenteramente en las grietas que el pasado ha dejado sobre mi piel, entreteniéndome mórbidamente con mi masoquismo onanista. Es prácticamente la llaga la que busca al dedo.
Sin embargo, no es tan gracioso cuando el dedo es de otro. Esta noche, de manera imprevista, sin yo pretenderlo, una herida quedó a la luz, y un dedo ajeno profundizó en ella con voluntad taladradora, acertando en cada recoveco allá por donde removía. La inflamación, la escozadura y el rojo ardiente no tienen nada que ver con los que mi dedo puede provocar. En estos casos, el dolor no es soportable, y sólo se puede pedir clemencia. Esta violación de mi oscuridad me dejó mudo y aturdido, por inesperada, por confusa y por golpe de efecto. Nada que no supiera. Lo duro es oírlo:
- A ti te gusta poner tu propio dedo en tus llagas. Te encanta ser la víctima, ser el sufridor en casa, buscarte tus propios problemas para poder lucirlos como la última moda. Prefieres recrudecer las heridas a sanarlas.
Este dedo sanguinario, diciendo verdades acerca de mi propio dedo, estaba untado en vinagre. Y cuando alguien descifra una herida de esta manera, sin tener que ser yo mismo el que la estudie, entonces no hay escapatoria posible, por más escondite que quiera buscar. Sólo me queda confesar, agradecer y quitarme el sombrero. Lo que no sé es si sirve de algo. Y desde luego, no estoy muy seguro de si quiero encontrarme muchos dedos hurgadores. Da miedo. Ya lo hago yo, ya lo hago yo.
Sin embargo, no es tan gracioso cuando el dedo es de otro. Esta noche, de manera imprevista, sin yo pretenderlo, una herida quedó a la luz, y un dedo ajeno profundizó en ella con voluntad taladradora, acertando en cada recoveco allá por donde removía. La inflamación, la escozadura y el rojo ardiente no tienen nada que ver con los que mi dedo puede provocar. En estos casos, el dolor no es soportable, y sólo se puede pedir clemencia. Esta violación de mi oscuridad me dejó mudo y aturdido, por inesperada, por confusa y por golpe de efecto. Nada que no supiera. Lo duro es oírlo:
- A ti te gusta poner tu propio dedo en tus llagas. Te encanta ser la víctima, ser el sufridor en casa, buscarte tus propios problemas para poder lucirlos como la última moda. Prefieres recrudecer las heridas a sanarlas.
Este dedo sanguinario, diciendo verdades acerca de mi propio dedo, estaba untado en vinagre. Y cuando alguien descifra una herida de esta manera, sin tener que ser yo mismo el que la estudie, entonces no hay escapatoria posible, por más escondite que quiera buscar. Sólo me queda confesar, agradecer y quitarme el sombrero. Lo que no sé es si sirve de algo. Y desde luego, no estoy muy seguro de si quiero encontrarme muchos dedos hurgadores. Da miedo. Ya lo hago yo, ya lo hago yo.
Labels: enfermedad, secretos de confesión
2 Comments:
Es lo que tiene reunirse con cuatro inquisidores más con unas cuantas copas a sus espaldas. El poco pudor que pudiera existir desaparece y las frases son mucho más directas (con todo lo bueno y lo malo que tiene eso)... o no... o qué sé yo...
ay, ui ui ui ui ui ay, ¡qué dolor! ¡qué dolor! y dónde estaba yo para poner mi poner mi dedo avinagrado a juxtaponerse con el suyo y que las llagas corriesen pareja suerte?
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