¡Hay partido!
Las casualidades no existen, pero todo ocurre por casualidad. Por ejemplo, ayer caminaba por la calle Méndez Núñez, haciendo equilibrios entre los gatos, cuando vi a una señora que susurraba a las paredes. Las dos únicas palabras que comprendí me marcaron el resto del día: "Hay partido". Fruncí el ceño, chasqueando los dedos y despertando a los vecinos. La señora me dio un euro. Pero todo había cambiado y tenía mucho más sentido que antes. No importaba que tuviera un esguince y arrastrase mi fémur por los baches, ni siquiera que mi disfraz de visigodo no engañase al portero de la casa del automóvil prehistórico. Ahora mi voluntad se sobreponía a todo gusano depresivo, a los malos augurios ladrados por chatarras deshumanizadas con forma de montaña de basura. Hay partido ha mutado de susurro a grito, a cántico de hinchas juerguistas en mi pecho. Tomé la decisión de cambiar toda la historia del arte, de dar la vuelta a todos los cuadros de los museos, de entrar en el hospital a decir a todo el mundo qué hora es. Compré una hamburguesa con mucho ketchup, le di la hamburguesa a un perro asesino e hice un graffiti con el ketchup . "¡Hay Partido!", escribí con orgullo y correcta ortografía. Un hombre que acababa de ser padre se comió la "y" y la "t", y lo celebramos juntos gritando palabras que empezasen y terminasen por "o". Así llegamos a Oviedo, donde un oso oligofrénico subido a un olmo nos observó con su oblicuo ojo ojeroso y nos obsequió con su obsoleto obstruccionismo, aunque no fue obstáculo, pues su ombligo oloroso y su oído ominoso mostraron un obvio y obtuso onanismo organizado en un onirismo onomatopéyico y ondulado.
El día soplaba sereno. Las horas se solidificaron sobre el suelo resbaladizo. Las tiendas escupieron a todos sus clientes y los árboles cerraron sus ramas a las ardillas. Vamos, que se hizo noche cuajada. La luna estropeó un poco la oscuridad que ya celebraban ciertas sectas, y yo me fui a la cama de un puntapié, habiendo descubierto que las esquinas esconden más agujeros de queso de lo que los gatos callejeros sospechan. Un túnel cruzó como un relámpago los ángulos de mi dormitorio, y sin más explicaciones me quedé dormido. Por eso no sé cómo terminó el partido. Según los periódico del día siguiente (pues hubo un día siguiente) ganaron las anginas y las pulmonías, perdieron los cascabeles y las plataformas, y empataron los patos y los prepotentes. Según los rumores, hoy vuelve a haber partido.
El día soplaba sereno. Las horas se solidificaron sobre el suelo resbaladizo. Las tiendas escupieron a todos sus clientes y los árboles cerraron sus ramas a las ardillas. Vamos, que se hizo noche cuajada. La luna estropeó un poco la oscuridad que ya celebraban ciertas sectas, y yo me fui a la cama de un puntapié, habiendo descubierto que las esquinas esconden más agujeros de queso de lo que los gatos callejeros sospechan. Un túnel cruzó como un relámpago los ángulos de mi dormitorio, y sin más explicaciones me quedé dormido. Por eso no sé cómo terminó el partido. Según los periódico del día siguiente (pues hubo un día siguiente) ganaron las anginas y las pulmonías, perdieron los cascabeles y las plataformas, y empataron los patos y los prepotentes. Según los rumores, hoy vuelve a haber partido.
Labels: pepedanterías, trucos
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