Matizando

Joder. Me había quedado en blanco. No sé, creo que estaba explicando algo demasiado obvio, y casi esperaba que el piloto automático me tomase el relevo y cumpliese él con la absurda misión que se me había asignado. Pero no, joder, no. Cuando me di cuenta, el hilo se me había ido, y no sabía muy bien qué tenía que hacer.
Lo más grave es que me había extraviado con pensamientos de muy poca importancia. Viejas caminando por la vía del tren con las faldas levantadas, contenedores de basura cantando blues, concursos de lanzamiento de caracoles, la muerte acechando entre las flores... Joder, tonterías. Cuando regresé, era tarde. Dónde estábamos... Joder, ¿dónde estábamos? Seguramente no importaba dónde estuviésemos, quién se iba a dar cuenta, de no haber sido por ese joder inoportuno que me salió por casualidad y por algún impertinente deseo de romper un inesperado silencio.
-Joder.
Sí señor, ese joder rompió el aire como un estruendo pasmoso. Fui consciente de que había sido un error, y de que no había manera de detenerlo, que era confuso, que no aportaría nada, joder, que estaba mal, y que no había vuelta atrás. Tal vez, como medida desesperada, cabía la posibilidad de matizarlo, como último recurso, así que carraspeando, y sujetándome a mi última oportunidad de salir del paso, decidí tomar las riendas y aclaré:
-Jolín.