Sunday, August 30, 2009

París día 3

A primera hora compré la entrada para el museo del Louvre e hice dos horas de safari fotográfico. Atravesé las salas a carreras, fotografiando las piezas famosas, deteniéndome un instante un poco más largo para contemplar La balsa de la Medusa de Géricault que en el fondo es el oscuro motivo que me arrastró hacia el Louvre, siempre he tenido una extraña fascinación por ese cuadro. La Mona Lisa se encuentra fácilmente, es ese cuadro pequeño rodeado de un montón de personas que le toman fotografías desde la distancia, ya que al parecer despierta ciertas sensaciones encontradas y sufre de vez en cuando alguna que otra agresión por lo que la tienen protegida por una línea de seguridad. Frente a ella está Las bodas de Cana, de Veronèse, un cuadro mucho más llamativo y trenta veces más grande que la Mona Lisa, pero al que nadie hace caso y nadie intenta destrozar, así que en un arrebato de compasión le hice una foto.

Las siguientes presas fueron la muy presumida Venus de Milo y a continuación otra escultura a la que yo llamo "El puto pato".

Después de varias esculturas, la sala Rubens y la exposición de leones antiguos del Yemen, me tomé un zumo de naranja y salí del Louvre hacia las calles de París. En primer lugar me dirigí hacia la Opera Garnier, pagué otra entrada y vi el suntuoso palacio. Entonces me compré un sombrero. Pensé que podría ser importante comprarse un sombrero, y en efecto, porque descubrí que aquel sombrero era mágico. Con él comencé a tener una perspectiva distinta de París en el que todo parecía mucho más cercano. Podía parecer que las calles se habían vuelto más pequeñas, o que yo era un gigante que calzaba unas botas que me permitían alcanzar cualquier punto de París con sólo dos zancadas. Con sólo un paso pues, me puse en la plaza de la Madeleine y vi la catedral con mi nueva perspectiva de sombrero, y con otro paso más, me situé en Place Vendome.

(Ahí tienen el sombrero, lo que está debajo de él son mis ojeras)

En Place Vendome no había nada, por más que miraba, que me llamase la atención. Bueno, estaba el hotel Ritz, así que se me ocurrió que podría entrar, a ver si conocía a alguien. Pero un señor portero de dos metro quince me detuvo la entrada. Yo sólo voy a recepción, dije. Usted no puede entrar, al menos no con ese sombrero, dijo. Pero bueno, será posible, qué clase de jacobino es usted. Hacer la revolución francesa total para qué, para que no me dejen entrar en el hotel Ritz. Malditos burgueses.
Tras esta discordia me dirigí a la plaza de la Concordia (jaja), y como llevado por el viento me deslicé bajo mi mágico sombrero por los campos elíseos, pero a mitad de camino, guiado por un repentino qué sé yo, cambié de dirección y en vez de continuar hacia el arco de triunfo, me desvié hacia el puente Alejandro III que me condujo hacia Los Invalidos, y desde allí, como parecía muy cerca, caminé hasta la torre Eiffel. Es verdad que parecía cerca, sin embargo, en un momento que me quité el sombrero, comprobé que la distancia era considerable, y que ya había caminado demasiado. Por eso me detuve en una cafetería, ya muy cerca de la torre, donde por un botellín pequeño de agua me cobraron 4 euros 20, lo cual me pareció un precio muy razonable, todos deberíamos tomar nota y aprender de los franceses.
La gente se entretenía haciendo una fila para poder subir a la torre Eiffel. Yo me senté en el campo de Marte, y comprobé que la ilusión que el sombrero me causaba era un arma de doble filo. Con la sensación de que todo estaba muy cerca, había caminado bajo el sol demasiado tiempo, y estaba agotado. Cuando viajo trato de ignorar el cansancio, pero a estas alturas la cosa cobraba ya un grado de extenuación insoportable. Aún así, regresé a Los Invalidos, entré en el museo de la armada y caminé por los jardines, hasta que llegó el momento de ya no más. El sol ardía intensamente, el calor era insoportable y mis piernas ya no daban más de sí. Me puse el sombrero, lo que me dejó en una estación de metro que me llevó hasta el hotel (no el Ritz, allí no volveré nunca), donde mis pies trataron de tonificarse para el día siguiente. Voilà mis pies, apuntando hacia el soleado cielo parisino.

2 Comments:

Blogger pasaxeira said...

me encanta la perspectiva desde el sombrero...no me lo quitaría jamas

Monday, 31 August, 2009  
Blogger PepeDante said...

Pufff, no te imaginas todo lo que fui capaz de caminar gracias o por culpa de él.:-)

Monday, 31 August, 2009  

Post a Comment

<< Home

Creative Commons License
This work is licensed under a Creative Commons Attribution-NonCommercial-NoDerivs 3.0 Unported License.