Friday, March 30, 2007

Descarga

Los seis profesores nos congregamos en el vestíbulo de la escuela, hicimos algún típico comentario gracioso acerca de algún típico comentario gracioso de algún alumno y nos deseamos una feliz semana de vacaciones.
Yo apenas había cruzado un par de palabras con ella en todo el curso. Hasta tenía dudas sobre qué asignatura impartía y cómo se llamaba, por eso cuando se me acercó y me deseó felices vacaciones diciendo mi nombre, me sorprendió. Yo le sonreí, me acerqué para darle los dos besos de rigor, tratando de recordar a duras penas si se llamaba Sonia o Silvia. En ese esfuerzo estaba, ya aproximando mi rostro al suyo, cuando noté su mano en mi brazo, y como si un latigazo del cielo enladrillado cayese sobre mí. Caí al suelo fulminado, humeante. Cundió el pánico y el estupor, y me llevaron urgentemente a un hospital.
A algunas mujeres las carga el diablo. Todavía echo humo de vez en cuando, y desde entonces, si veo por los pasillos de la escuela a esa profesora, trato de esconderme donde puedo, detrás de algún alumno o de un pupitre. Ella trata de encontrarme para disculparse por el accidente, pero yo siempre salgo corriendo, lleno de terror: lo que la gente llama amor, en suma.

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