Monday, April 02, 2007

Descarga (II)

El temido momento había llegado. Mis salidas estaban bloqueadas por una pared inaccesible a un lado y un cura castrense inquebrantable al otro. Aquella profesora cuyo nombre ignoraba estaba frente a mí y yo no tenía escapatoria. Muerto de miedo dije hola.
-Hola -respondió ella amistosamente y acercándose cada vez más. En algún momento fue consciente de que yo estaba aterrorizado, así que dio un paso atrás y comenzó a disculparse. -Siento mucho lo ocurrido. No me explico qué pudo suceder.
-Ni yo tampoco...- dije al borde de una crisis de ansiedad.
-¿Te encuentras mejor?
-S-s-sí.
-Veo que todavía te sale algo de humo.
-Por las uñas, sí.
Intenté tranqulizarme. Después de todo ella sólo intentaba ser amable y mi pánico no estaba demasiado justificado. Debía ser precavido, pero tampoco podía comportarme como un neurótico. Pensé en una frase simpática para quitarle trascendencia al asunto, incluso di un paso hacia adelante para mostrar que no estaba a la defensiva, explayé mi sonrisa, y cuando me disponía a decir no sé qué estupidez, estiré un brazo amistosamente, toqué con mi mano su espalda, y en un segundo, era ella la que estaba en el suelo humeando. Fue en ese momento cuando entendí que si no se había muerto, estábamos hechos el uno para el otro.

DESCARGA (y III)

Ambos nos deslizábamos sigilosos por los pasillos, asomábamos las cabezas al llegar a una esquina, preparados para salir huyendo aullando en cuanto nos viésemos o detectásemos la emanación del humo del otro. Así transcurrieron días, haciendo de la cautela y el camuflaje nuestro modo de vida, tomando nuestras evasiones como la única garantía de supervivencia.
Tuvo que ser, por supuesto, en el momento de la calma, cuando la sala de profesores nos acogió en la tormenta. Yo me refugié debajo de la mesa, ella trató de parapetarse tras un diccionario. Fueron momentos de terror, quizás sólo transcurrieron unos segundos, pero los corazones latían como el motor de un dinosaurio eléctrico. Se hizo el silencio y la confusión sorda. La sala de profesores parecía callada, impasible, como si allí nada estuviese sucediendo. Alcé la mirada desde debajo de la mesa. Pude verla, asomando su cabeza desde detrás del diccionario. Nuestras miradas se cruzaron. Fue fatal: la onda expansiva nos alcanzó, durante unos segundos fuimos inconscientemente fans de AC/DC, y durante ese breve lapso de electrocución fuimos la pareja más feliz que emanaba humo sobre la tierra.

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