Monday, August 31, 2009

Qu'est-ce que vous voulez?

La calle Saint Denis, perpendicular a la calle en la que estaba mi hotel, estaba llena de sex-shops. No había tantos como en la avenida Clichy del barrio de Pigalle, pero al menos en un par de manzanas no se podía encontrar otro establecimiento. Así pues, cuando regresaba al hotel, pasaba por delante de todos ellos. Tantos sex-shops había que en una ocasión, por error, entré en uno (pensando que era el Louvre, claro). Me encontraba yo curioseando los artilugios que en la tienda había, cuando una chica francesa, con aspecto de chica francesa, que estaba detrás de un mostrador, me dijo (en francés, claro):
-Señor, ¿quiere usted un masaje?
-No, gracias.
Ella puso una cara de sorpresa que lleva ensayando toda su vida y repitió:
-¿No quiere usted un masaje?
Claro, sonaba muy extraño. Cómo no iba a querer un masaje. Ay, cómo me conocen... Bueno, me acerqué a ver que me ofrecía, y la francesita muy amablemente me saca todo un catálogo de distintos masajes.
-Tenemos masaje americano, masaje californiano, masaje tailandés, masaje pekinés, masaje en la cabeza, masaje en los piés, masaje con los pies, masaje en la cabeza que se siente en los pies, masaje para una plena energía sexual (???), masaje relajante, masaje invisible, masaje a cuatro manos, masaje Robespierre, masaje bacon con queso, masaje Jean-Paul Sartre, masaje Jean-Sol Partre, masaje la vie en rose, masaje nuclear, masaje national geographic, masaje parabólico, masaj...
-Lo pensaré, gracias- dije, y salí del sex-shop antes de que pudiera ver el resto de ese catálogo infinito. Además, quién demonios iba a darse un masaje a un sex-shop.
Pero es que la tercera noche en París, tras un día agotador, sentía las piernas pesadas, la espalda dolorida, el cuello contracturado... me vendría tan bien un masaje... Bueno, el caso es que al día siguiente me volví a dejar caer accidentalmente por el mismo sex-shop. Allí estaba la misma francesilla que me volvió a ofrecer un masaje. Volvió a sacarme el catálogo interminable de masajes, y esta vez pude ver los precios. La cosa fluctuaba entre los 60 euros del masaje americano y los 600 de un masaje Jean-Sol Partre. ¡600 euros un masaje! ¿En qué consiste? No quise saberlo. El masaje americano, el que me podía permitir, era un masaje normal, de piernas espalda y hombros, que era lo que yo necesitaba. Sólo 30 minutos a 60 euros me parecía demasiado, pero bueno, era París, qué demonios. Ahí vamos.
-Baje las escaleras por ahí- me indicó la muchacha, y allí fui yo, al sótano de un sex-shop parisino.
Al llegar abajo, me encontré en un lugar alucinante. Una sala llena de puertas misteriosas, con una luz roja muy ténue. Algunas de las puertas tenían letreros con nombres misteriosos, SM, VID, PEEP... De pronto sentí una sucesión de sensaciones contradictorias, por un lado unas ganas incontenibles de abrir alguna de esas puertas, por otro la necesidad de salir huyendo de allí como un rayo. Mi cabeza iba a mil por hora, de pronto se me ocurrió que aquello me recordaba al capítulo final de Twin Peaks, y que si abría una de esas puertas me encontraría al fantasma de Laura Palmer, o a un enano chasqueando los dedos, o quizás a mi Doppelganger malvado riéndose a carcajadas... Entonces apareció la muchacha que me había atendido, que resultaba ser también la masajista. Me enseñó dónde estaba la ducha, el baño, el rincón para fumar, y finalmente me condujo hacia una de las misteriosas habitaciones.
Dentro sólo había una camilla. La muchacha depositó una cesta en el suelo, y me indicó que allí debía dejar mi ropa. Además me comunicó:
-Tienes dos opciones: puedo darte el masaje completamente desnudo, o puedes ponerte este tanga.
Ah. Ya veo, ya. Hmmmm. Jope. Bueno. Puessss... El tanga.
Tanga pequeñín. Pero bueno, bocabajo. El masaje duró bastante más de los 30 minutos que decía el catálogo, y me hizo mucho bien. Mis piernas se aliviaron, mi espalda se desanudó, mis hombros se relajaron. Creo que nunca me habían tocado tanto el culo en un masaje, pero bueno, bien, bien.
-¿Quiere usted otro masaje?-me preguntó la muchacha al acabar.
-¿Otro?
-Sí, ¿no le ha gustado éste?
-Pues sí claro, pero...
-Venga conmigo.
Entonces me levanté, cogí la cesta con mi ropa y seguí a la masajista a través de la sala principal (la sala de la guarida negra uuuuh) en tanga. Abrió otra puerta y me hizo pasar dentro de otra sala. Era completamente distinta a la anterior. Esta tenía un sofá, una cama, y unos cuantos artilugios electrónicos.
-Espere aquí un momento y ahora vendrá una compañera.
Estuve allí con mi tanguita unos tres minutos preguntándome qué demonios ocurriría a continuación, hasta que por fin apareció una mujer que bien podría ser la Venus bajada del Olimpo en persona. Me dijo su nombre (que no lo recuerdo), me preguntó el mío (que apenas recordé con el impacto) y se dispuso a explicarme la situación.
-Tiene la posibilidad de por 100 euros le haga un strip-tease, o por 200 un strip-tease con dos chicas "avec masturbation".
Oh, mon dieu. Oh-la-la. Esto no se le hace a un hombre en tanga. Ahora sí que era probable que esa puerta se abriese y apareciese mi malvado otro yo partiéndose de risa. O más bien no, más bien el malvado otro yo ya estaba ahí dentro, y sería yo mismo el que asustado abriría la puerta y me vería cual malvado Doppelganger en la habitación de las cortinas rojas. Resoplé. Volví a resoplar. Y resoplé.
Lo sé, lo sé, en este berenjenal me he metido yo solito. Debía darle una respuesta ya a aquella moza francesa y yo no hacía más que dudar. La película había cambiado, ahora yo era Neo, y me ofrecían la pastilla azul o la pastilla roja, una me descubriría un mundo nuevo, la otra no sé a donde me llevaba. Finalmente la voz de la mujer me despertó de mis ensoñaciones peliculeras, recordándome que tenía que tomar una decisión real, que dejaré en la imaginación del que se haya molestado en leer todo esto:
-Alors, monsieur, qu'est-ce que vous voulez?

Sunday, August 30, 2009

París día 3

A primera hora compré la entrada para el museo del Louvre e hice dos horas de safari fotográfico. Atravesé las salas a carreras, fotografiando las piezas famosas, deteniéndome un instante un poco más largo para contemplar La balsa de la Medusa de Géricault que en el fondo es el oscuro motivo que me arrastró hacia el Louvre, siempre he tenido una extraña fascinación por ese cuadro. La Mona Lisa se encuentra fácilmente, es ese cuadro pequeño rodeado de un montón de personas que le toman fotografías desde la distancia, ya que al parecer despierta ciertas sensaciones encontradas y sufre de vez en cuando alguna que otra agresión por lo que la tienen protegida por una línea de seguridad. Frente a ella está Las bodas de Cana, de Veronèse, un cuadro mucho más llamativo y trenta veces más grande que la Mona Lisa, pero al que nadie hace caso y nadie intenta destrozar, así que en un arrebato de compasión le hice una foto.

Las siguientes presas fueron la muy presumida Venus de Milo y a continuación otra escultura a la que yo llamo "El puto pato".

Después de varias esculturas, la sala Rubens y la exposición de leones antiguos del Yemen, me tomé un zumo de naranja y salí del Louvre hacia las calles de París. En primer lugar me dirigí hacia la Opera Garnier, pagué otra entrada y vi el suntuoso palacio. Entonces me compré un sombrero. Pensé que podría ser importante comprarse un sombrero, y en efecto, porque descubrí que aquel sombrero era mágico. Con él comencé a tener una perspectiva distinta de París en el que todo parecía mucho más cercano. Podía parecer que las calles se habían vuelto más pequeñas, o que yo era un gigante que calzaba unas botas que me permitían alcanzar cualquier punto de París con sólo dos zancadas. Con sólo un paso pues, me puse en la plaza de la Madeleine y vi la catedral con mi nueva perspectiva de sombrero, y con otro paso más, me situé en Place Vendome.

(Ahí tienen el sombrero, lo que está debajo de él son mis ojeras)

En Place Vendome no había nada, por más que miraba, que me llamase la atención. Bueno, estaba el hotel Ritz, así que se me ocurrió que podría entrar, a ver si conocía a alguien. Pero un señor portero de dos metro quince me detuvo la entrada. Yo sólo voy a recepción, dije. Usted no puede entrar, al menos no con ese sombrero, dijo. Pero bueno, será posible, qué clase de jacobino es usted. Hacer la revolución francesa total para qué, para que no me dejen entrar en el hotel Ritz. Malditos burgueses.
Tras esta discordia me dirigí a la plaza de la Concordia (jaja), y como llevado por el viento me deslicé bajo mi mágico sombrero por los campos elíseos, pero a mitad de camino, guiado por un repentino qué sé yo, cambié de dirección y en vez de continuar hacia el arco de triunfo, me desvié hacia el puente Alejandro III que me condujo hacia Los Invalidos, y desde allí, como parecía muy cerca, caminé hasta la torre Eiffel. Es verdad que parecía cerca, sin embargo, en un momento que me quité el sombrero, comprobé que la distancia era considerable, y que ya había caminado demasiado. Por eso me detuve en una cafetería, ya muy cerca de la torre, donde por un botellín pequeño de agua me cobraron 4 euros 20, lo cual me pareció un precio muy razonable, todos deberíamos tomar nota y aprender de los franceses.
La gente se entretenía haciendo una fila para poder subir a la torre Eiffel. Yo me senté en el campo de Marte, y comprobé que la ilusión que el sombrero me causaba era un arma de doble filo. Con la sensación de que todo estaba muy cerca, había caminado bajo el sol demasiado tiempo, y estaba agotado. Cuando viajo trato de ignorar el cansancio, pero a estas alturas la cosa cobraba ya un grado de extenuación insoportable. Aún así, regresé a Los Invalidos, entré en el museo de la armada y caminé por los jardines, hasta que llegó el momento de ya no más. El sol ardía intensamente, el calor era insoportable y mis piernas ya no daban más de sí. Me puse el sombrero, lo que me dejó en una estación de metro que me llevó hasta el hotel (no el Ritz, allí no volveré nunca), donde mis pies trataron de tonificarse para el día siguiente. Voilà mis pies, apuntando hacia el soleado cielo parisino.

Friday, August 28, 2009

París día 2

Nunca he sido un gran planificador, en ningún aspecto de la vida, aunque a decir verdad, improviso bastante bien. Tampoco sé interpretar los mapas, y no soy un gran fotógrafo. Sin embargo, el plan era salir temprano hacia el Jardín de Luxemburgo, con mi mapa y mi cámara. El mapa, aunque no esencial para viajar pues perderse forma parte de la aventura, siempre ahorra cierto tiempo para poder dedicarse a todo lo que se quiere hacer. Y la cámara ayuda a disimular los huecos que mi memoria se empeña en inventarse con el paso del tiempo.
El Jardín de Luxemburgo estaba prácticamente vacío a esas horas de la mañana. Sólo algunos animosos se levantaban para ir a hacer deporte por allí. Tras varias vueltas y varias fotos me llevé la sorpresa de ver a alguien conocido. La estatua de la libertad estaba allí, sola, aburrida, me pareció que se había perdido incluso. Lo bueno de no planificar las cosas es que siempre puedes recibir sorpresas de este tipo. Pues bien, junto con Nueva York y Las Vegas ya es la tercera ciudad en la que veo la estatua de la libertad.
Tras una hora paseando por los jardines, me dirigí hacia el barrio latino(creo que no necesariamente por el camino más corto) y me encontré el Panteón, y luego el museo de la Edad Media, en el que pagué la entrada para ver cosas muy antiguas. Tras esto, y después de varias vueltas absurdas que no fui capaz de desenmarañar con la ayuda del mapa, llegué a Notre Dame, al mercado de las flores, y de allí al barrio latino, en el que descubrí que ya había estado el día anterior. Así pues, improvisé mis pasos por el boulevard de Saint Germain, donde se apilaban los puestos de un mercadillo que desenvocaba en la catedral de Saint Germain de Près.
Mis piernas comenzaron a quejarse entrada la tarde, pero la opinión de mis piernas tiende a ser obviada en los viajes. Así, después de comer me dirigí hacia el barrio de Le Marais, y me senté unos minutos en el césped de la Place des Vosgues, para reunir fuerzas. Después de contemplar varias galerías de arte en la Plaza des Vosgues y de ponerles precio a todos los cuadros (algunas galerías acababan debiéndome dinero), me dirigí a la plaza de la Bastilla, en la que ya no hay cárcel. A la vuelta encontré el barrio judío (en realidad no es más que una calle, eso sí llena de judíos, de pastelerías judías y de tiendas judías) y el museo Picasso, y ya por fin saliendo del barrio de Le Marais, entré en el de Les Halles, donde no hay más que toparse con el museo Georges Pompidou para pensar por dios, qué horror, qué cosa más horriblemente hermosa, ¿por qué la habrán hecho?

Thursday, August 27, 2009

París. Seis comidas para seis días

1- Escargots de Bourgogne (caracoles). Tortilla a las finas hierbas (siempre asocio este plato al protagonista de Sostiene Pereira, era su plato favorito)

2-Raclette (queso, patatas y fiambres)

3- Andouilles (especie de salchicha rellena de callos)

4- Ostras. Chateaubriand a las tres salsas (solomillo con salsa de queso, salsa ali-oli y salsa a la pimienta)

5- Sopa de cebolla. Magret de pato.

6- Paté de pato (el más rico que haya tomado nunca). Noix de St. Jaques (vieiras con salsa de queso)

Voyage (París día 1)

No sé, quizá algún día cambie de parecer y me coja unas vacaciones que consistan en tirarme en una playa a tomar el sol, relajarme, no hacer nada, beber agua de coco y dormir mucho.
Pero no, lo que hago, y no puedo concebir otra cosa, es caminar, verlo todo, ir aquí y allí, y preguntar, y probar todo lo nuevo y diferente, y sobre todo, el viaje consiste en otro viaje, mucho más interior, mucho más en meterme en la piel de otro, de cómo sería mi vida si yo viviese allí, es un viaje agotador de piernas y mente, pero es el viaje que quiero hacer.

PARÍS DÍA 1

LLego a la estación del norte desde Bruselas, cojo el metro, entro en el Forum de les Halles, encuentro mi pensión, veo el centro Georges Pompidou que me parece espeluznante, pero que a medida que lo veo y lo vuelvo a ver empieza a gustarme más. Entro y digo BONJOUR y vuelvo a salir, y me encamino hacia el Louvre, que me deja boquiabierto tan sólo desde fuera, entro y digo, COMMENT ÇA VA? y vuelvo a salir, y empieza a llover, así que vuelvo a entrar y repito COMMENT ÇA VA? hasta que deja de llover, y vuelvo a salir, y al lado del Sena un tipo intenta hacerme el timo del anillo, que entiendo que es una manera que tiene París de darme la bienvenida. Caminando caminando, saludo desde la otra orilla al museo de Orsay, hasta llegar a la plaza de la Concordia, y doy vuelta por el Jardín des Tuileries y digo MERCI MESDAMES ET MESIEURS y vuelvo a ver el Louvre, y cruzo el Sena, y llego a Notre Dame de Paris y digo ALLEZ-EN MES AMIS y cruzo otro puente y llego al barrio latino sin saber que era el barrio latino, pero me gusta tanto que prometo volver. Regreso al hotel, caminando entre puestos de crepes, pizzerías y sex-shops, saludo a la multitud de personas que se congrega alrededor de la fuente de los inocentes, al lado de mi hotel BONNE NUIT! y me preparo para mañana madrugar y vivirlo todo de nuevo y más, que empezamos.

Wednesday, August 26, 2009

Hablando/Speaking/Parlant

No me da la gana de hablar en inglés. Ya lo sé, lo hacen con buena fe, para facilitar las cosas posiblemente, pero bien podría ser que yo no supiera inglés, y oye, al fin y al cabo, bien que mal, yo estoy hablando en francés, así que a santo de qué vamos a cambiar de idioma.
Total:
-Je voudrais un crêpe au chocolat, s'il vous plaît.
-And what would you like to drink?
-Une bouteille d'eau, s'il vous plaît.
-Sparkling?
-Non, plat. Merci.
Absurdo, cuando el que habla francés soy yo y el que habla inglés es el garçon francés.

En Bélgica la cosa cambiaba. Cuando le hablé francés al camarero, su mirada fue casi de pánico. Lo mismo que la mía cuando vi aquel menú escrito exclusivamente en flamenco. Lo de pedirle que me tradujera los ingredientes de ciertos platos al francés ciertamente fue un error. Quizás esta vez el inglés sí que hubiese ayudado. Curioso bilingüismo el de Bélgica, cuando la gente ciertamente no es muy bilingüe. En fin, que en todas partes cuecen habichuelas. En Bruselas da igual. Total, allí no hay belgas. En Bruselas todos somos ciudadanos comunitarios, y como todo el mundo sabe, el idioma oficial de Europa es... el inglés. Así que venga, diantres, a hablar en inglés en Bélgica, me reservo el francés para Francia. Pero eso sí, prometido, desde que tomé el tren en Bruselas hacia Gare du Nord en París, ni una sola palabra más en el idioma de Shakespeare ni en el de Cervantes. Ahora todo en el de Georges Brassens.

Wednesday, August 12, 2009

No es locura...

Todo cambió cuando me di cuenta de que tenía las gafas muy sucias. Desde entonces, las cosas han mejorado. No me interpreten mal, no es que las haya limpiado, no me tomen por uno de esos. Simplemente al menos ahora sé que esos duendecillos saltimbanquis que se me aparecían por sorpresa entre los muros de mi cuarto no son producto de la locura, sino de la cantidad de mierda que se acumula en los cristales de mis anteojos.

Monday, August 10, 2009

Balanitis

Como un pimiento. No, no, más bien como una berenjena. O incluso diría que como un tomate transgénico cultivado en el huerto de un centro psiquiátrico de un pueblo fronterizo entre Eslovaquia y Chequia. Fuera cual fuera el vegetal al que se parecía, era tal el picor, el escozor y el dolor al descapullar que se hacían insoportables. La primera solución pasó por echarme Aloe Vera, ese maravilloso ungüento que todo lo cura, desde las quemaduras del sol hasta las picaduras de insectos. El segundo paso fue entrar en internet, ese lugar donde hay una respuesta para todo, e intentar enterarme de qué me ocurría. Después de descartar varias enfermedades mortales, de que se me fuera a caer en mil pedazos y de que me fuera a convertir en hombre-mosca, llegué a la conclusión de que lo más probable era algo conocido como "balanitis".
El Aloe Vera le había mejorado ciertamente el aspecto, aunque todavía permanecía un feo sarpullido, y para nada se habían marchado el picor, el escozor y el dolor al descapullar. Semejantes síntomas no me dejaban dormir por las noches y fue así que tuve la feliz idea de ir al médico (horror, horror, un médico).
Delante del médico me expliqué con esas palabras que se deben usar delante de médicos, como prepucio y glande, aunque no se me ocurrió ninguna palabra más científica que "descapullar" (¿descapsular? ¿desenvainar? ¿desenmascarar? ¿desenglandar? Bueno, qué importa). Y el médico pregunta:
- ¿Crees que puede ser debido a una relación...?
-A una relación... sí...
-¿...de riesgo?
-Hmmm, de riesgo, quizás - pienso yo, casi conteniendo la risa al recordar aquellos equilibrios tan altos y difíciles de aquella noche.
El médico me examina y me confirma lo que la doctora internet ya me había sugerido: Balanitis. Pero además vuelve a la carga.
-¿Y esta relación... de qué tipo de riesgo... una.... profesional?
-No, una sexual- respondo yo, confundido por los eufemismos médicos. No me imaginaba cogiendo una infección de este tipo en el trabajo, si bien es cierto que mi jefe me tiene hasta la polla, pero vaya, no es el caso. En seguida me doy cuenta de lo que en realidad me preguntaba.- Oh, una profesio... ah, no, no ha sido eso.
En fin, pastillas. Y además, como medicamento sorpresa, una pomada de tila que no cubre la Seguridad Social y que el médico me recalca que es de tila, como si fuese una fantástica ocurrencia que sólo él pudiera tener ya que le llegó el remedio a través de un amigo suyo que hizo prácticas entre una tribu de chamanes.
-Lávala con esto tres veces al día. Y vuelve dentro de diez.
Me quedé pensando a qué substantivo substituía el pronombre "la" en la palabra "lávala", cuando me parecía mucho más científico y propio de médico haber dicho "lávalo". Tal vez estoy demasiado perdido dentro de la jerga médica.
Hoy se han cumplido diez días, he vuelto al médico, y me ha dicho que fetén. Ya no se parece a una hortaliza, ya no pica, ni se cae y no necesito más pastillas ni crema de tila. Ha sido un final feliz, queridos niños, pero no os olvidéis de usar siempre condón y de cepillaros los dientes. Hasta la próxima infección.
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